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La Iniciación |
Publicaciones Orden de Sion - Enseñanzas para el Crecimiento Interior | |||
Escrito por Sion de Bouillon | |||
Miércoles, 08 de Abril de 2009 00:00 | |||
LA INICIACIÓN
· Empezar una acción o actividad.· Proporcionar a alguien los primeros conocimientos de una cosa. Voy a hablar específicamente de la Iniciación, como disciplina para una superación espiritual; es decir, a la Iniciación religiosa. Tras estos grados simbólicos, se esconde la perfección paulatina que supone la Iniciación real. Cualquier grado simbólico carece de valor si no se le llena del contenido de perfección y recta conducta que el grado supone. Comprende la purificación del cuerpo, de los sentimientos y el pensamiento, así como su recto empleo en las relaciones humanas. Todo ello se ha simbolizado en las tres cruces con que se persigna el cristiano, en la frente, en la boca y en el pecho, para que Dios nos libre de los malos pensamientos, de las malas palabras y de las malas obras. Para que nuestro organismo o vehículo físico sea un instrumento obediente a los dictados de nuestra naturaleza espiritual, es necesario mantenerle sano y puro, lo cual se logra con una higiene natural, mediante el contacto con los agentes naturales: Sol, agua, tierra y aire puro. Si el organismo se encuentra cargado de materias tóxicas y grasas, no puede ser canal ni intérprete de los finos matices de espíritu. “ En un cuerpo grueso enflaquece el alma”. “Toda reforma moral debe comenzar por la reforma de la alimentación”. b) Purificación de los sentimientos. Los siete pecados capitales, son las grandes pasiones del hombre: Las siete puertas del infierno, los siete demonios a los que hay que vencer con la fuerza de nuestra naturaleza superior. Entre las pasiones, las hay más sutiles como la vanidad, el orgullo, la intransigencia y el espíritu de lucha, obstáculos en el camino de la Iniciación, que los antiguos egipcios representaban por unos monos provistos de redes con las cuales cazaban a las almas que, ilusionadas pero débiles, marchaban hacia la glorificación de Osiris. Estas pasiones son contrarias al sentimiento de fraternidad que constituye el aspecto moral y sentimental de la primera etapa Iniciática y el contenido del grado de “compañero” de ciertas iniciaciones simbólicas. Vanidad, es la cualidad de todo lo que está vacío de contenido. La vanidad de los cargos, los puestos y los grados, es defecto moral muy extendido entre los hombres, y particularmente peligroso en todo grupo religioso, donde todo continente sin contenido es la negación misma de la finalidad que se pretende. Y esto se debe a la propia superestimación que nos hace suponer que nuestras ideas y acciones pueden ser un ejemplo para los demás, olvidando la humildad, virtud fundamental en el camino Iniciático, que nos motiva a servir sin pedir. Un grado de “compañero” sin sentimiento de fraternidad o un grado de “maestro” sin haber enseñado nada a nadie, son “vanidad de vanidades”. El espíritu de lucha es otra variante del orgullo, e hijo, como éste, de la soberbia. Queremos luchar para imponernos y dominar a nuestros semejantes. Esto, cuando no se debe a una intención egoísta, se debe a nuestra vanidosa pretensión de creernos poseídos de razón y capacitados para dictar nuestras soluciones a la fuerza. El espíritu de lucha dimana siempre de un déficit de comprensión que ignora las ventajas de determinar soluciones con la opinión de todos. El silencio limpia el alma y educa el sentido de la verdad. Es la primera piedra del Templo de la Sabiduría (sentencia pitagórica). Es el primer grado de la escuela Pitagórica son los “acusticoi”, es decir, oyentes. Los complejos mentales son mecanismos psicológicos de reacción defensiva sistematizada. Se despiertan al roce cotidiano de las circunstancias adversas de la vida y ante el esfuerzo de engranar nuestros deseos y pensamientos como los defectos (reales o supuestos) de las personas que nos rodean. Los errores son la inadecuación de nuestros pensamientos con el objeto del conocimiento. El silencio y el aislamiento, que ponen la “mente en blanco”, predisponen a una serena e imparcial meditación que nos saque del error. Los prejuicios son “juicios previos”; es decir, elaborados o impuestos sin experiencia propia y sin razonamiento personal que ratifique esta experiencia y el juicio mismo. Vivir a base de prejuicios es tanto como aniquilar nuestro verdadero “yo”; es vivir con una mentalidad prestada. ACTITUDES CARDINALES EN LA PRIMERA ETAPA. Hay que enfocar la actitud de nuestra vida de una manera eficaz que complemente los esfuerzos de esta primera etapa de la iniciación. 1. Hay que adelantar tres pasos en la perfección moral, por cada uno que se dé en el progreso intelectual. 2. Hay que actuar en la vida de acuerdo con las aptitudes y vocaciones personales. “Al Yo hay que llegar por la acción siguiendo la vocación” (Goethe). Hacer en la vida cualquier trabajo que no esté de perfecto acuerdo con las vocaciones y aptitudes, estanca el desarrollo del propio “Yo” y aparta, por consiguiente, del camino espiritual. 3. Hay que cultivar la actitud de “servicio”, no dedicándose egoístamente al propio y exclusivo desarrollo espiritual. Mucho más conseguirá en el sendero Iniciático aquel que se olvide de sí mismo para ocuparse de los demás, que aquel que se ocupe exclusivamente de su propio progreso. Todo lo cual no es sino una condenación más del egoísmo. 4. El Iniciando ha de vivir una vida sencilla y desprovista, por tanto, de todo lo superfluo en propiedad y ocupación. Es un bello símbolo el nacimiento del Cristo en el humilde establo de Belén. 5. El hombre que pretenda pisar el sendero, ha de obrar en la vida de acuerdo con lo que piensa. “El mejor predicador es fray ejemplo”. Carece de fuerza decir bellas cosas y hacerlas malas. El ejemplo de lo que “se hace” es la fuerza suprema que induce a los demás a imitarnos; tanto más si va refrendado por nuestras propias palabras y éstas son verídicas. Es notorio que los hijos acaban imitando lo que han visto hacer a sus padres; no siempre lo que les han oído. Esta primera etapa de purificación personal y formación moral realiza lo que simbólicamente se ha llamado el nacimiento del Cristo interno, que equivale, en la iniciación brahmánica, a la etapa de “Sotapana” o “dvija” (dos veces nacido). El Iniciado es como un niño en el mundo espiritual, haciendo buena la frase de Jesús cuando dijo: “Tenéis que volveros como niños para entrar en el Reino de los Cielos”; que también expresó de otra forma cuando dijo a Nicodemo: “En verdad, en verdad te digo, que para entrar en el Reino de los Cielos hay que volver a nacer”. En la Iniciación budista se llama “Vimala”. Comprende la técnica relativa a las facultades de la inteligencia, con objeto de llegar al conocimiento y a la posesión de la verdad por elaboración propia y por propia experiencia interna; como también el estudio de una doctrina filosófica que explique las grandes interrogantes del Universo y del Hombre. Es precisa una buena observación de los objetos y una poderosa concentración de nuestra conciencia en el ser o cosa (físico o metafísico) que deseamos conocer, no hay posibilidad de llegar a la meditación, ni por consiguiente, al conocimiento. La técnica de la concentración del pensamiento se adquiere solamente con la práctica. Consiste en colocar y mantener en el foco de la mente al objeto del conocimiento. Requiere el hábito de la atención y del estudio para ejercitar la facultad. El que no sea capaz de lograr esto solamente puede esperar el conocimiento por la vía de la “intuición”, pero esto no tiene el valor universal que el raciocinio. La meditación estriba en captar mentalmente todas y cada una de las facetas lógicas en que se nos puede dar un objeto. Con ello llegamos a realizar nuestra “representación” consciente que, siendo concreta llamamos “pensamiento” y siendo abstracta llamamos “idea”. Al primer periodo de la segunda etapa de la Iniciación se llama “periodo de abstracción” a) Periodo de abstracción. Entre las operaciones de la inteligencia, tenemos la contemplación, la adoración y la inspiración, que no pertenecen a la categoría del conocimiento racional, sino del intuitivo. La intuición, que quiere decir “conocer viendo”, es una forma de conocimiento directo, supraracional o arracional, que supone la asimilación de una verdad, generalmente por vía de sentimiento o de voluntad. La adoración es conocimiento conseguido por amor. “No hay gnosis sin Eros” (Platón). “No hay conocimiento sin caridad”(S. Agustín). La inspiración es una forma de conocimiento intuitivo con capacidad “creadora”, que debemos considerar como último peldaño de la inteligencia humana, propio del genio. Esta etapa intelectual de la Iniciación que hemos caracterizado por el hábito de la abstracción, no se limita al campo de la inteligencia, sino que tiene sus inmediatas consecuencias en los otros aspectos de la personalidad como son la vida moral y la vida sentimental, ya que todo en nosotros está íntimamente relacionado. En lo moral, se debe realizar una suerte de “abstracción” de sus relaciones con los demás seres, “generalizando” el sentimiento de fraternidad hacia los demás hombres y animales. Como dijo el Maestro Jesús, no tiene ningún mérito que amemos a nuestros hermanos, sino que hemos de amar aun a nuestros propios enemigos. Hay que sacar el corazón del recinto de la familia y de los amigos para llevarlo hasta los extraños. Hay que cultivar para esto el sentimiento de simpatía como actitud “positiva” de nuestra moral. Y de ello han de participar los animales: “El justo ama la vida de su bestia” (Salomón). En lo puramente sentimental hemos de trascender el “devocionalismo” por el cual el sentimiento se aferra a determinada fórmula, ídolo o persona, siendo “devotos” sin ser “devocionales”; es decir, guardando un íntimo respeto a todo lo que es elevado, bueno, sublime o recto sin hacer diferencias de matices ideológicos, ni mucho menos desprecios a lo que discrepa de nuestra manera de ver. El Iniciando ha de comprender que los rituales y ceremonias de cada religión, no tienen mayor importancia que la de ser un medio de canalizar las fuerzas espirituales, pero que ellos por sí no crean espiritualidad, como el canal no crea el agua que conduce. La espiritualidad es solamente fruto de las virtudes llevadas a la práctica. En el aspecto mental, ha de trascenderse el estudio de los fenómenos y mecanismos (ciencia positiva) para llegar al estudio de las causas y principios (metafísica). Y al decir que debe “trascenderse” no quiero decir que deba eludirse, por aquello de que “antes de conocer lo invisible debemos abrir nuestros ojos a lo visible”, para no perdernos en elucubraciones de la fantasía. ACTITUDES CARDINALES DE LA SEGUNDA ETAPA. El progreso psíquico que suponen los esfuerzos de la disciplina Iniciática y el dominio que, por otra parte, se va conquistando sobre la naturaleza inferior, presentan a veces interferencias y conflictos que pueden desviar completamente de la verdadera ruta al aspirante a la perfección. Los poderes psíquicos, “vibhutis” o “carismas”, no tienen ninguna utilidad para el desarrollo espiritual y a veces son contra producentes. Mohidin, gran místico sufí de la España musulmana del siglo XII, dice explícitamente en su “Fotuhat”, que no deben apetecerse ni buscarse los carismas, sino recibirlos sin alardes como un don de Dios, que aparece por cada virtud que se conquista. Santa Teresa de Jesús afirmaba que los “carismas” encierran graves peligros, confundiendo al verdadero religioso y haciéndole creer que son una señal de auténtica espiritualidad, cuando en realidad pueden ser de consecuencias satánicas y deben superarse con la práctica de las “virtudes”. Con respecto a la mediumnidad o facultad de servir de instrumento a influencias psíquicas extrañas. No hay más camino recto y normal de influir en la “psiquis” de otra persona que la persuasión. Cualquier otro camino es una verdadera desdicha para el influido y puede ser una maldición para el influyente. El médium cuya facultad se explota en las sesiones “espiritistas”, es un “mentecato” ( o “captado por la mente” en riguroso sentido etimológico) que abdica de su Divina facultad de sentir y pensar por cuenta propia, para convertirse en una máquina hipersensible de pensamientos y sentimientos ajenos, vengan por caminos subconscientes o trascendentes. Este hábito de escribir o hablar “al dictado”, puede anular el “Yo” o estancar el progreso espiritual, cuando no producir psicopatías y depresiones nerviosas que llevan a la ruina de la razón. Pero por si no fuera poco el perjuicio que la mediumnidad acarrea al propio médium, hay que resaltar el que proporciona a los que se aprovechan, con evidente falta de conciencia o de caridad, que son gravísimos escollos en el sendero Iniciático. La falta de amor o la falta de conocimiento, suponen detención segura en el camino de perfección. El cultivo de la mediumnidad pasiva jamás está justificado en el terreno espiritual. Otra cosa es el prodigioso “carisma” de servir de canal conscientemente a una influencia espiritual superior, cuando se ha llegado al grado requerido para ello, como Jesús cuando después de la transfiguración sirvió de instrumento a la elevada presencia del “Cristo”. El hipnotismo o hecho de influir en la “psiquis” de otra persona mediante el “sueño hipnótico” o estado “de trance”, también es recusable, porque supone la abdicación de las facultades psíquicas del hipnotizado. La subordinación de éste a la voluntad y al pensamiento del hipnotizador, a veces de un modo permanente, aun en estado de vigilia, es evidente y peligrosa. El hipnotizado es también un “mentecato” o “poseso” por la voluntad ajena. Y no cabe defender el hipnotismo arguyendo que por medio de él pueden curarse ciertas psicopatías y ciertos vicios, porque la influencia favorable que aparenta tener en estos casos, termina cuando muere el hipnotizador, lo cual prueba que no se trata de una curación sino de una “contención”. Y es que toda curación o corrección, de cualquier orden que sea, tiene que ser hecha “por la propia voluntad” del paciente, si ha de pretenderse una realización sólida, permanente y que no se oponga a la evolución espiritual. TERCERA ETAPA (De realización espiritual). Es la consecución de la finalidad Iniciática, con la definitiva disposición de la voluntad a la colaboración con la ordenación universal y como fuerza gobernadora de todo el ser. Es la iluminación plena del alma por los “Valores Divinos”. a) Periodo de volición La educación de la voluntad, que se ha venido preparando durante las anteriores etapas Iniciáticas, con los esfuerzos conscientes de dominio personal, se traduce ahora en una plenitud volitiva que no es otra cosa sino el florecimiento de las tres grandes virtudes llamadas Fe, Esperanza y Amor. Fe o virtud de acción, Esperanza o virtud de intelección, y Amor o virtud de creación. Las virtudes (de “vir”, poder) constituyen el origen de las intenciones. Estas son las disposiciones o direcciones fundamentales de nuestros actos. Las intenciones (que son voliciones en potencia) se convierten en voliciones (que son intenciones en acción) y estas son el movimiento de realización de nuestros actos.Las intenciones de la voluntad se modifican con la meditación y el conocimiento (de aquí la necesidad de la segunda etapa dedicada a la educación mental). Al modificarse el estado de “conciencia” se modifica también el estado de “sen ciencia” (propiedad de sentir y querer) y con ello la intención. La voluntad dirigida por las grandes virtudes del alma, gobierna efectivamente a todos los demás elementos y vehículos del individuo. En lo que respecta al cuerpo físico, la tiranía de los apetitos materiales se ha trocado en hábitos de pureza y de dominio de sí. En lo que se refiere al plano emocional, los anhelos vagos y los deseos desordenados se han convertido en afecto y simpatía. En esta etapa, el Iniciado es consciente de su Esencia Divina en las limitaciones de la carne, se siente como “crucificado” en la materia, y muchas veces se cierne sobre él ese estado de conciencia que se ha llamado la “noche espiritual”, en el que su espíritu se encuentra dolorido, escarnecido y solo muchas veces torturado por esas “bebidas amargas” de la traición, la negación y el abandono, como con tan vigorosos trazos nos pinta San Juan de la Cruz en “La noche oscura del alma”. Hay que morir para después resucitar. Hay que bajar al “sepulcro” o sea “descender a los infiernos” como hicieron simbólicamente los grandes Iniciados (“Orfeo”, “Jesucristo”, etc.) que equivale a descender a estados de conciencia “inferiores” o “infernales”, para “resucitar al tercer día de entre los muertos” (según la simbólica frase de las iniciaciones egipcias en su prueba final) y “ascender a los cielos” en definitiva y apoteósica liberación. Este concepto encierra la expresión cristiana de “subir al cielo en carne mortal” que es el mismo concepto budista del “Upadhisesha” o “nirvana alcanzado en este mundo”. Tras la noche espiritual “se resucita” definitivamente en la conciencia Divina. Al llegar a tal grado de volición, el Iniciado ha trascendido sus deseos de vida en mundos de manifestación, y toda inclinación a la vanidad (actos sin fondo) y a la auto-justicia. Es difícil para el que no ha llegado a este grado, imaginarse un estado de conciencia que haya logrado anular todo pensamiento o todo acto que no lleve una finalidad deliberada y superior, y que al mismo tiempo haya alcanzado esa sublime despreocupación por la vida fenoménica de este mundo, donde el bien y el mal son pura ilusión. Este primer período de la tercera etapa, también llamado “cuarta Iniciación” se corresponde con el grado de “Arhat” o “Arhattva” (absorción en lo Divino) de la Iniciación brahamánico-budista, y con la etapa de “crucifixión” en los misterios cristianos. En la Iniciación budista identifícase con el grado de “Abhimukhi” (“Vuelto hacia”) o de iluminación Divina. Todos estos hombres que realizaron lo Divino en lo humano, que no tenían nada que aprender porque fueron esencialmente omniscientes hubieron conseguido la total sublimación de todas las facultades humanas. En el aspecto senciente, el sentimiento de Amor universal y la identificación con la Voluntad cósmica o Divina. Este estado de conciencia lleva consigo la perfecta serenidad (cualidad privativa de los espíritus luminosos) y la ausencia de todo temor. Estos grandes renunciadores, generalmente sacrificados por aquellos a quienes trataron de redimir, fueron la personificación de ese estado de espíritu que ha sido llamado, en el simbolismo filosófico-religioso, Brama-Nirvanam, Samvriti, Paranirvana, Anupadhisesha, Apoteosis, Epifanía y Glorificación; siendo Ellos “Hijos de Dios” y “Salvadores” llamémosles genéricamente “Nirmanakayas”, “Mahatmas”, “Tathagatas”, “Budas”, “Adeptos” o "Cristos".
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