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La Pasión del Señor. De Jerusalén a Sevilla.
Publicaciones Orden del Temple - La Pasión del Señor
Escrito por María de Aquitania   
Domingo, 22 de Mayo de 2011 00:00

El entierro de Jesucristo

En el lugar donde había sido crucificado había un huerto y en el huerto un sepulcro nuevo”. El Calvario era el lugar donde se hacía justicia a los malhechores, pero Dios quiso que la Redención se uniese siempre en la memoria de los hombres a la Cruz. La semejanza en lo sucedido en el huerto o jardín del Paraíso, fue repetida divinamente en la reparación que Jesucristo hizo de ese pecado.

Aquel sepulcro era como una habitación o hueco cavado en la misma roca y alto. Dentro había como un banco de piedra para depositar al que enterraran. El huerto, que estaba cerca, y el sepulcro eran de José. Hasta Su muerte, Jesús fue pobre. No sólo murió desnudo, sino que tuvieron que regalarle sus amigos la mortaja y el sepulcro. José y Nicodemo usaron bien su riqueza enterrando al Señor con toda la dignidad que pudieron, más es significativo que el sepulcro tampoco fuera suyo, porque Él no era de la muerte, tenía que dejar el sepulcro y resucitar el tercer día.

Lucas afirma que “las mujeres que habían venido con Él de Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado Su cuerpo, y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto”. La mujer, representa la piedad, uno de los sentimientos fundamentales del hombre en relación con Dios y con los hombres. Sin embargo, abandonado, traicionado y negado Jesús por sus discípulos, son las mujeres las que toman el protagonismo testimonial en esta fase principal de la Pasión, y en el arco de la fe cristiana, la seguridad del entierro de Cristo y el anuncio de Su Resurrección, descansa sobre los pilares femeninos. Mujeres, pues, serán las últimas testigos, responsables ante la historia, de que Jesús fue sepultado, muerto, en un sepulcro nuevo. Y ellas serán también, testigos del sepulcro vacío sobre el que un ángel insiste: “No busquéis entre los muertos al que está vivo. Ha resucitado”.

Al otro día, que era el siguiente de la Parasceve, reunidos los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato le dijeron: “Señor, recordamos que ese impostor, vivo aún, dijo: “Después de tres días, resucitaré”. Manda pues, guardar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, le roben y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los muertos”, y será la última impostura peor que la primera.

Díjoles Pilato: “Ahí tenéis la guardia, id y guardadlo como vosotros sabéis”. Ellos fueron y pusieron guardia al sepulcro, después de haber sellado la piedra. Así, entre el Sumo Sacerdote de los judíos, José Caifás y el Procurador Imperial de Roma, Poncio Pilato, habían ayudado al mundo a entrar dentro de poco en una nueva relación con Dios a través de la Resurrección de Jesús, que haría posible el cristianismo. Por tanto, el cierre del sepulcro, necesario para impedir el acceso de los animales, fue elemental: Una piedra rodada delante de la entrada del sepulcro.

Dado que la Pascua estaba asimilada al día del reposo sagrado, se puede pensar en la prohibición de la Mishná de transportar un cadáver sobre una parihuela, para deducir que Jesús fue sepultado a dos pasos del lugar del suplicio. En todo caso, la Arqueología, apoya esta localización, pues las excavaciones han hecho aparecer alrededor del Santo Sepulcro, varias tumbas judías del siglo I y en una de ellas fue sin duda alguna, donde José de Arimatea depositó el cuerpo de Jesús.

En consecuencia, el Misterio Pascual tiene tres momentos: “Murió, fue sepultado y resucitó”. El sepulcro representa la noche de la muerte en un sentido más trágico, la vuelta a la tierra, la nada. Por eso es necesario, que nuestra mirada de creyentes descienda hasta el sepulcro. Su cuerpo, envuelto en una sábana nueva y limpia, significa la limpieza y la pureza de las almas que han de recibir Su Cuerpo Glorioso, y además, así como nació de una mujer virgen, Santa María, también volvió a un seno virgen, a una roca nueva y no usada, porque de ella habría de nacer el Resucitado, como de una Madre Virgen.

La solidaridad de Jesús con los muertos, constituye u ofrecimiento de salvación para la humanidad. Jesús lo había dicho: “En verdad, en verdad os digo, que llega la hora y es ésta, en la que los muertos oirán la voz del Hijo del Dios y los que la escucharen, vivirán”. Con Jesús, el Cristo yacente, la muerte deviene camino de la Redención, y expresa por consiguiente, el fundamento de la fe cristiana, la transformación y la esperanza, el vuelo del alma, la ruptura y liberación del espíritu. La síntesis pasionista que culmina, felizmente, con el tránsito de esa Vida Eterna de plenitud Divina.

(continuará)

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