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La Pasión del Señor. De Jerusalén a Sevilla.
Publicaciones Orden del Temple - La Pasión del Señor
Escrito por María de Aquitania   
Lunes, 02 de Mayo de 2011 00:00

Las caídas de Cristo

Jesús, abatido por el peso de la Cruz, en Su lento y angustiado caminar hacia el Calvario, soporta la Cruz de nuestros pecados y con Su mano diestra apoyada en la roca, impulsa todo Su Divino cuerpo atormentado, hacia el supremo sacrificio de la Cruz. También nosotros caemos diariamente, por el peso de nuestras miserias y limitaciones humanas. Sin embargo, cerramos los ojos y unimos las manos en acción suplicante, rogando a Jesucristo que cuando pase por nuestro lado, en la oscuridad y el silencio de la noche, nos perdone y nos conceda la fuerza espiritual necesaria, para llevar, también nosotros, nuestra cruz de cada día.

Entre la turba avanzaba la comitiva, precedida por un piquete de soldados romanos, a los cuales mandaba un Centurión a caballo: Quinto Cornelio. Le seguía una gran muchedumbre  formada por sacerdotes, comerciantes, fariseos, campesinos, andrajosos, desposeídos, mujeres, niños, forasteros y toda una plebe morbosa que se descolgaba de los callejones vecinos, obstaculizando la marcha del cortejo.

Los pretorianos despejaban el camino rudamente. Jesús, caía por tercera vez en tierra cargado con la cruz, apoyándose en la rodilla. El Centurión bajó de la montura y levantó a Jesús con la ayuda de otros mílites. Mirándolo a la cara, comprendió que la vida del reo se le escapaba por los ojos y que no llegaría vivo al lugar del suplicio, y sabedor de que como funcionario imperial le asistía el derecho a obligar a cualquier persona, en caso necesario a un trabajo forzoso, ordenó a Simón de Cirene:  “¡Cárgala tú!”.

Aunque caminaba detrás de Jesús, el Cirineo, continuaba sintiendo la mirada de Cristo; la percibía  más que el peso de la Cruz en contacto con su hombro. Cuando llegaron al Gólgota, los ojos plenos de agradecimiento, dulces y agradecidos de Cristo, se cruzaron con los de Simón. Éste, sintió que sus males de la columna vertebral acababan de desaparecer para siempre y que su vida ya, también para siempre, caminaba detrás de aquel Hombre.

La tercera caída, manifiesta el despojo de Cristo, la “Kenosis” del Hijo de Dios, la humillación bajo la Cruz. Jesús había dicho a sus discípulos  que no había venido a ser servido, sino a servir. Cayendo a tierra por tercera vez en el camino de la Cruz, Jesús proclama:

Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida. El que me siga, no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”.

Jesús despojado de sus vestiduras

La Centuria tenía instrucciones de formar un círculo alrededor de la colina y no dejar pasar a nadie. El oficial condujo a Jesús hacia delante. Detrás, venían Simón y los tres hombres que llevaban el madero vertical. Lo soltaron y examinaron el suelo alrededor de las cruces levantadas.

Por fin, eligieron un lugar, donde dos de los soldados emplearon las palas para cavar un hoyo y cuando creyeron que era lo bastante hondo, hincaron en él el madero vertical, acuñándolo con piedras alrededor de la base, para que no se balancease y pudiese caer bajo el peso de que tendría que soportar.

Mientras trabajaban, el exactor mortis, recogió la cuerda con que tenía atado a Jesús y le despojó de todas sus vestiduras. Sin embargo, la túnica del Señor estaba pegada a las llagas y al quitársela el dolor fue atroz. Cada hilo de la tela se adhiere al tejido de la carne viva y al quitarle violentamente la túnica, se laceraron las terminaciones nerviosas puestas al descubierto por las llagas y la sangre volvió a correr.

 

Le daban mirra, pero no la tomó. De acuerdo con una antigua costumbre, iniciada como respuesta a la norma dada en los Proverbios: “Dad licores al que va a perecer y vino al corazón lleno de amargura”, mujeres distinguidas de Jerusalén proporcionaban una bebida que ocasionaba sopor a los condenados a la crucifixión, a fin de reducir su sensibilidad al dolor de la tortura, pero Jesús no la tomó, porque quería soportar conscientemente sus sufrimientos y muerte, Quería agonizar en la Cruz con toda conciencia, cumpliendo la misión recibida del Padre. Sin la consciencia, Jesús no podía aceptar libremente la plena medida del sufrimiento, en consecuencia, Jesús subió a la Cruz para ofrecer el sacrificio de la Tercera Alianza.

Se repartieron sus vestidos, echando suerte sobre ellos a ver que se llevaría cada uno. El reparto de las ropas de Jesús por sorteo, se menciona entre los elementos que componen la escena del Calvario, en los cuatro Evangelios. Sin embargo San Juan, precisa la operación:

Los soldados, una vez que hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestiduras haciendo cuatro partes, una para cada soldado y la túnica, que era sin costuras, tejida toda desde arriba. Dijéronse pues, unos a otros: No la rasgaremos, sino echemos suertes sobre ella para ver a quien le toca; a fin de que se cumpliese la Escritura: Dividiéronse mis vestidos y sobre Mi túnica echaron suertes”.

Mientras contemplaba la escena, Jesús recordó a Su Madre, María Santísima, tejiéndole esa túnica, que con tanto amor había guardado. Ella, ahora, como recuerdo de Su Hijo, también se acordó del polvo de tantos caminos, acumulados sobre sus sandalias. Y se supo definitivamente pobre, desnudo, despojado y absolutamente desvalido, pues un condenado no necesitará más la túnica. Al final, a Jesús le quitan todo, y Él, levanta sus ojos hacia el Padre y le daría gracias por haber llegado al punto de verse así, tan pobre, tan deshonrado y desnudo por Su Amor.

(continuará)

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