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La Pasión del Señor. De Jerusalén a Sevilla. Sábado Santo
Publicaciones Orden del Temple - La Pasión del Señor
Escrito por María de Aquitania   
Sábado, 23 de Abril de 2011 00:00

 

Crucifícale, ¡crucifícale!

Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, persuadieron a la muchedumbre que pidieran a Barrabás e hicieran perecer a Jesús. Tomando la palabra, el Procurador les repitió: “¿A quién queréis que os de por libre?”. Ellos respondieron: “A Barrabás”. Dijo Pilato: “Entonces, ¿qué queréis que haga con Jesús, el llamado Mesías?”. Todos dijeron: “¡Crucifícale!”. Dijo el Procurador: “¿Y que mal ha hecho?”. Ellos gritaron más diciendo: “¡Crucifícale!”. Por tres veces Pilato da testimonio de la inocencia de Jesús, mientras que los judíos pedían insistentemente Su muerte. Pilato, tero y obstinado, suelta a Barrabás pero no les da a Jesús. Vuelve a su primera idea: Castigarlo, porque piensa, erróneamente, que cuando vean la sangre arrancada por los golpes y la lividez, se contenten con ese suplicio y así dejen en paz al inocente.

Cuando Pilato presenta al pueblo la alternativa, el dilema entre Jesús y Barrabás, su decisión se dirige contra Dios. Realmente, el rechazo de Dios no tiene excusa, pues Dios, al enviar a Su Hijo, ya les ha dado la Palabra. ¿Qué hay detrás de la apostasía de Israel?. Que en vez de preferir los planes de Dios que quería la salvación para todos los hombres, Israel por el contrario, busca su gloria e hizo de los planes de Dios un motivo para su propia afirmación nacional.

Según dice San Juan: “Si no hubiese venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado, pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me aborrece a Mi, aborrece a Mi Padre. Si no hubiese hecho ante ellos obras  que ningún otro hizo, no tendrían pecado, pero ahora no sólo han visto, sino que me aborrecieron a Mi y a Mi Padre. Pero es para que se cumpla la palabra que en la ley de ellos está escrita: Me aborrecieron sin motivo”.

La Flagelación

Aspectos médico-legales actuales de la flagelación de Jesús

 


Desde el punto de vista médico actual, Jesús quedó a consecuencia del tormento de la flagelación, bañado en sangre y su cuerpo hecho una llaga. Comenzó con fiebre que no le abandonaría hasta Su muerte, y la flagelación alteró todo Su organismo, ya que las bolas de plomo , machacaron el cuerpo de Jesús, produciéndole toda clase de mutilaciones, irritaciones cutáneas, escoriaciones, equímosis y heridas con trozos de piel colgando. Tuvo desgarros musculares y otros tejidos blandos, junto con las lesiones de las ramas nerviosas terminales y que transportan sensaciones muy dolorosas que afectan al cerebro. La repetición de los goloes sobre la espalda y torax del reo, le provocaron lesiones pleurales, neumotorax a incluso pericarditis traumática que repercutieron sobre la respiración y el corazón. La pérdida de sangre , hipoglucemia por falta de ingesta, el estrés y el agotamiento, se unieron a las dificultades respiratorias debido a la lesión de los principales músculos que posibilitan la respiración.

Los golpes y latigazos que recibió Jesús, también le afectaron gravemente sus órganos internos, tales como la pleura, pericardio y principalmente el hígado y riñón, que causaron en Jesús una insuficiencia renal y hepática, que unidas a la gran pérdida de sangre pusieron por sí en grave peligro su vida. Es decir, que de no haber sido crucificado, hubiera podido vivir muy pocas horas después de haber padecido la flagelación. En esos momentos, Jesús era sólo dolor y ciertamente: “Varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento.

Los síncopes causados por la flagelación excedían tanto el umbral del dolor humano como la propia Ley judía y habría provocado la muerte del reo a consecuencia de éstas pérdidas de conciencia. Jesucristo sufrió un shock hipovolémico provocado por la abundante pérdida de sangre así como un síndrome de aplastamiento, causados por la cantidad de golpes que impactaban en los mismos lugares.

Jesús atado a la columna


El amor de Jesús es más fuerte que las ataduras, el mismo Dios se ató con ataduras de amor. Jesucristo quiso tomar en Su cuerpo la penitencia que merecían los desórdenes de nuestro cuerpo; corrigió en Su carne nuestra rebeldía y a costa de Su dolor, nos enseñó como debemos dominar la carne para que no se imponga al espíritu y caiga en pecado. Su cuerpo virgen, concebido sin pecado, con el que había unido a la Divinidad para honrar en Él a toda la naturaleza y para que al verlo bendijéramos a Dios Padre, quedó hecho una llaga para que nuestra alma se hiciera hermosa a los ojos de Dios.

Durante la flagelación de Jesús, Su Madre, rota de dolor en una calle cercana, sufrió un amor y dolor indecibles por todo lo que padecía Su Hijo. Cuando Jesús recobró el conocimiento y María vio a Su Hijo desgarrado conducido por los soldados, extendió sus manos hacia Él y siguió con los ojos las huellas ensangrentadas de sus pies. Eran las nueve de la mañana cuando se acabó la flagelación que había durado tres cuartos de hora sin interrupción,  en vez de los cinco minutos habituales.

El sentimiento de la flagelación del Redentor, no precisa la disciplina sangrante. Cristo no exige esta forma de mortificación personal, sino que cada uno de nosotros, tomemos nuestra Cruz y le sigamos. Que esta pena corporal sufrida por nuestro Señor, suponga para nosotros rechazar enérgicamente la injusticia y la violencia. Que Sus azote, en el tiempo actual, representan la enfermedad, el odio, la soledad, el desamor y cuantos males infligimos a los demás. Por consiguiente, cuanto la droga, el paro, la pobreza y el terrorismo azotan al hombre despiadadamente, se pone en grave peligro la necesaria estabilidad afectiva, económica y social de muchas familias.

(continuará)

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