Templo Oración

En el Templo de Oración, Luz, Paz y Energía, los hermanos de la Orden del Temple oran para ayudar a todo aquel que lo solicite ante cualquier situación personal y/o colectiva.

Donaciones

Como Organización sin ánimo de lucro y de base religiosa, aceptamos donaciones que puedan hacer que nuestra labor continúe diariamente al servicio del Cristo.
(En muchos países este tipo de donaciones tienen deducciones fiscales).

Información Usuario

IP Address
18.191.181.231
United States United States
Explorador
Unknown Unknown
Sistema Operativo
Unknown Unknown

Su Hora

Música

module by Inspiration
La Pasión del Señor. De Jerusalén a Sevilla. Lunes Santo
Publicaciones Orden del Temple - La Pasión del Señor
Escrito por María de Aquitania   
Lunes, 18 de Abril de 2011 00:00

La expulsión de los vendedores del Templo

Entrando en el Templo, Jesús comenzó a echar a los vendedores diciéndoles: “Escrito está: Y será Mi Casa, casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones”. Y expulsó del Templo a cuantos vendían y compraban en él, derribó la mesa de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas. Llegáronse a Él cojos y ciegos en el Templo y los sanó. Enseñaba de día en el Templo, pero los príncipes de los sacerdotes y los escriban buscaban perderle, pero le temían, pues toda la muchedumbre estaba maravillada de Su doctrina.

Poco después de Su llegada, Jesús provoca un alboroto en el Templo, el lugar sacrosanto del pueblo judío. El antepatio acogía los puestos de los comerciantes y cambistas, y para el Templo, éstos comerciantes desempeñaban un papel casi tan importante como los propios sacerdotes, ya que sólo en Jerusalén, se podían realizar sacrificios válidos ante Dios, y los comerciantes vendían corderos y otros animales puros destinados a ese fin. Como los sacrificios se celebraban a todos horas del día, siempre había fieles comprando animales para ofrecerlos a los sacerdotes que los entregaban en las gradas del Templo a las llamas del altar.

Sin comerciantes no había sacrificios y sin sacrificios no había cultos. Cristo sube a la plataforma en medio de la gran cantidad de peregrinos que podían ser unas cincuenta mil personas, y allí vuelca los puestos y mesas de los comerciantes y prestamistas. Esa espectacular purificación del Templo, fue interpretada como un ataque frontal contra los negocios profanos, pero estos comerciantes no ejercían un comercio capitalista, sino que resultaban imprescindibles para el culto y enfrentándose a ellos, Jesús atacaba el corazón del Templo.

Este es un acto que los sacerdotes no pueden soslayar, a diferencia de lo que ocurría con sus sermones, parábolas y milagros, ya que Jesús se convierte en un peligro contra los saduceos y el Sumo Sacerdote, ya que toda la autoridad y riqueza de la élite religiosa se basaba en el culto, puesto que el impuesto generaba importantes ingresos económicos, por tanto, la acción de Jesús, representaba un ataque a la alta sociedad judía.

Los sacerdotes, eran todos saduceos, miembros de aquella incrédula aristocracia que se había formado alrededor del Templo y que vivía del altar. Esta secta de los saduceos, estaba formada por el Sumo Sacerdote, los que lo habían sido y los jefes de los sacerdotes, así como por los notables judíos, cultos y ricos de Jerusalén, teniendo todos ellos gran influencia en el control del Templo.

En la fachada exterior del atrio, habían colocado trece cepillos para recoger las ofrendas, que eran la mayoría obligatorias como por ejemplo, el diezmo que todos los israelitas tenían que pagar desde que cumplían los veinte años, o las ofrendas llamadas del culto, como el incienso, las tórtolas, el oro y la plata. Muchas familias depositaban allí sus objetos de valor, convirtiendo aquel lugar sagrado, en la institución religiosa-financiera más importante del país. Para Jesús por consiguiente, era imprescindible acabar con aquella religión ofensiva para Dios, porque para Jesucristo, los verdaderos creyentes adoran al Padre en espíritu y en verdad, por tanto, no hay templo ni culto, ni religión que puedan contener a Dios.

El lavatorio de pies

Antes de la fiesta de la Pascua, viendo Jesús que llega Su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.

Y comenzada la cena, como el diablo ya  había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre ya había puesto en sus manos todas las cosas y que había salido de Dios y a Él se volvía, se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en la jofaina y comenzó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla.

Cuando les hubo lavado los pies y tomando sus vestidos, se puso de nuevo a la mesa y les dijo: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros?. Vosotros me llamáis Maestro y Señor y decís bien, porque de verdad lo soy. Si Yo pues, os he lavado los pies siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros los pies unos a otros. Porque Yo os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis también como Yo he hecho. En verdad, en verdad os digo: No es el siervo mayor que su Señor, ni el enviado mayor que quien lo envía. Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis, más lo digo para que se cumpla la Escritura: “El que come mi pan, levantó contra mi su calcañar”. En verdad os digo, que quien recibe al que Yo enviare, a Mi me recibe, y el que me recibe a Mi, recibe al que me ha enviado.

Jesús había hablado del lavatorio de pies como un símbolo del perdón de las culpas cotidianas, porque los pies están sin cesar en contacto con la tierra y si no se los limpia constantemente, siempre están sucios. Al lavarles Jesús los pies, fue como si les hubiera concedido una especie de absolución espiritual. Pero, en medio de su celo, lo que vio fue que aquel gesto era una humillación demasiado grande para su Maestro. Dijo: “Señor ¿Tú lavarme a mi los pies?.” Jesús le dijo: “Lo que Yo hago, tú no lo sabes ahora, lo sabrás después”. Dijole Pedro: “Jamás me lavarás los pies”. Le contestó Jesús: “Si no te los lavare, no tendrás parte conmigo”. Simón Pedro le dijo: “Entonces Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse, está todo limpio y vosotros estáis limpios, pero no todos”.

En el lavatorio de los pies hay mucho más que un ejemplo de humildad, lo mismo que en la Pasión de Jesús hay mucho más que dolor. La clave está en la aceptación voluntaria de esa “caída”, de ese “anonadamiento” revelado luego por San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quién a pesar de tener la forma de Dios, no reputó ser igual a Dios, sino que tomó forma de siervo”.

El misterio Eucarístico

Cuando llegó la hora, Jesús se puso a la mesa y los apóstoles con Él, que les dijo: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer, porque os digo que no la comeré más hasta que sea cumplida en el Reino de Dios”. Tomando el cáliz, dio gracias y dijo: “Tomadlo y distribuidlo entre vosotros, porque os digo que desde ahora no beberé el fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”. Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a los discípulos dijo: “ TOMAD Y COMED, ÉSTE ES MI CUERPO”. Y tomando el cáliz y dando gracias, se los dio diciendo: “BEBED DE ÉL TODOS, QUE ÉSTA ES MI SANGRE DE LA ALIANZA, QUE SERÁ DERRAMADA POR MUCHOS PARA LA REMISIÓN DE LOS PECADOS”.

Sin duda, es el momento más solemne en la vida de Jesús. Cristo cancela la antigua Alianza o Testamento e inaugura el Nuevo Testamento o Alianza sellada con Su sangre. Así se confirma el anuncio de Juan el Bautista al presentar a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

El pan y el vino, constituyen el cuerpo y la sangre de Jesús, de tal suerte, que quien los reciba indignamente, se traga “su propia condenación” como reo del cuerpo y la sangre de Cristo. En efecto, la fe de la primitiva comunidad cristiana, se basaba en la “presencia real” de Cristo en el banquete Eucarístico, ya que cuantas veces comáis de este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la  muerte del Señor hasta que Él venga. En la institución de la Eucaristía, San Juan subraya vivamente sus efectos espirituales.

En la noche del Jueves Santo, día del Amor Fraterno, tras la institución de la Eucaristía, Jesús despide a sus discípulos y les dije: “Ya no estaré con vosotros más que un poco. Me buscaréis, más lo que dije a los judíos que donde Yo voy vosotros no podéis venir, os lo digo también a vosotros ahora”. Y añade: “Un nuevo Mandamiento os doy: ¡Amaos los unos a los otros como Yo os he amado, a fin de que vosotros os améis también unos a otros!. En esto conocerán que sois discípulos míos”.

El amor del Antiguo Testamento se basaba en el mandato de Dios en la esperanza de la recompensa, en la igualdad de la sangre, en la necesidad de la convivencia. El amor cristiano en cambio, se funda simplemente en que Jesús nos ha amado y no deberá tener otra medida que el modo en que Jesús nos ha amado, es decir, sin medida. Sin embargo, esta suerte de amor no puede brotar solamente del hombre, porque el hombre no es capaz de amar así. Un amor de esta naturaleza, únicamente puede venir de lo alto, de Dios. Es un amor que nos ha sido dado. Es Dios entrando en el hombre, amando en el hombre. Es el hombre amando como el Padre ama al Hijo, como el Hijo ha amado a los hombres. Es simplemente otro amor que, sin Jesús, la humanidad no habría conocido.

La Eucaristía es el Sacramento de la vida compartida, el símbolo que expresa y produce la solidaridad con la vida de Jesús y la solidaridad también entre hermanos y hermanas que participan del mismo Sacramento. Con la Eucaristía, nos comprometemos ante Dios a compartir la vida de Jesús y la vida con los hermanos en amor y solidaridad. Es vivir como vivió Jesús y el contenido fundamental del misterio Eucarístico no es el rito, sino la experiencia que se expresa en el símbolo. Jesucristo, la noche que fue entregado, tomó pan y después de dar gracias, lo bendijo y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced lo mismo en memoria mía”.

Después de cenar, hizo igual con la copa diciendo: “Este cáliz es la Nueva Alianza sellada con Mi sangre, cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía. La Eucaristía por tanto, es un misterio de fe y esperanza, porque el cuerpo y la sangre de Jesús es también parte sustancial del cuerpo y la sangre de Su bendita Madre, Nuestra Señora.

Eucaristía nos dice “Ego sum qui sum” y nos dice que es amor infinito que se nos hace presente, que nos da todo lo que tiene y que Él mismo se nos entrega. El desierto de la vida, se ha transformado, merced a la Eucaristía, en un oásis donde podemos encontrar la flor del Divino Amor.

(continuará)

Copyright. Todos los derechos reservados. Orden del Temple

 
USER MENU