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La Paciencia (II)
Publicaciones Orden de Sion - Enseñanzas para el Crecimiento Interior
Escrito por María de Aquitania   
Domingo, 06 de Marzo de 2011 00:00

Inquietarse y perder la paciencia es cosa que todo el mundo hace, pero es algo malo, porque en esa especie de inquietud y enfado, es el amor propio quien tiene la mayor parte, pues aunque es razonable sentir disgusto por haber cometido alguna falta, este disgusto no debe ser amargo, despechado o colérico, por eso es un gran defecto el de quienes, al impacientarse, se enfadan por su mismo enfado y mantienen el corazón anegado en cólera.

Aunque parezca que el segundo enfado destruye el primero, es al revés, ya que se deja la puerta abierta para un nuevo enfado en cuanto se presenta la ocasión. En definitiva, al ver que no somos nada, al vernos caídos en tierra, nos enfadamos con disgusto, decepcionados acerca de nuestras propias fuerzas.

Hay dos clases de orgullo: El que se halla contento de sí mismo, que es el más corriente y menos peligroso, y el que está descontento de sí, porque esperaba mucho y se ve defraudado en la esperanza. Esta clase de orgullo es mucho mas refinado y peligroso. El pecador, cae por haber ignorado su propia flaqueza y por haber exagerado la misericordia de Dios. El alma culpable tiene miedo de Él y vergüenza de sí misma, y si no reacciona contra estas dos funestas tentaciones, renuncia a la lucha, en vez de alejarse de los lazos del pecado, se entrega a él sin resistencia. Este es el desaliento, la capitulación de la voluntad y la resolución de hacer lo contrario de lo que debe hacerse.

Frente a tantas idas y venidas para intentar mantener el tipo, quien reconoce que no es dueño del tiempo, recupera la paciencia; quien acepta que no es un “viceDios”, recupera la paciencia; quien sabe aguardan con prudencia, gana paciencia: Levantémonos con paz y tranquilidad, reanudemos el hilo de nuestra indiferencia y sigamos con nuestra tarea. No es necesario romper las cuerdas y tirar la guitarra cuando vemos que está desafinada, sino que hemos de poner el oído atento para descubrir donde está el fallo y tensar o aflojar la cuerda nuevamente, según lo requiera el caso.

( continuará)

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