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Las Tentaciones (IV)
Publicaciones Orden de Sion - Enseñanzas para el Crecimiento Interior
Escrito por María de Aquitania   
Domingo, 02 de Enero de 2011 00:00

En los Evangelios sinópticos se narran seis expulsiones de demonios, salvo en el de Juan, que no menciona absolutamente nada de estas actuaciones de Jesús. Si bien Él había otorgado a sus discípulos la facultad de expulsar a los demonios, los apóstoles se manifiestan impotentes ante esta fuerza posesiva y maléfica.

Lucas habla de pasada, de otras expulsiones realizadas por Jesús, como la de María Magdalena, de la que dice expulsa siete demonios, que según el simbolismo del número siete, significaba que estaba totalmente “poseída”, equivalente a decir que tenía una grave enfermedad de la que fue curada, y que nada tiene que ver con la imagen de Magdalena prostituta que se ha desarrollado en el cristianismo posterior.

Mateo hace referencia a este número siete, comentando el relato del mismo Jesús en el que dice que cuando un espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares áridos buscando descanso y al no encontrarlo, decide volver al lugar de donde salió, y entonces toma otros siete espíritus peores que él y se instalan allí, con lo que el estado del hombre se torna peor que antes.

Cuando Jesús mismo fue acusado por sus enemigos de estar poseído y expulsar a los demonios en nombre de Belcebú, el jefe de ellos, los argumentos de Jesús son contundentes y manifiestan su misión esencial: Un reino en guerra contra sí mismo no podría subsistir, pero si Yo echo los demonios con el soplo del Espíritu de Dios, es señal de que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.

Si Satanás, el Diablo, puede personificar el mal, y éste mal, según dice Jesús radica en el corazón del hombre, la lucha de Él será perseverante en fortalecer al hombre y acompañarle en su caminar y ayudarle a realizar su propio destino, derrotando definitivamente a Satán y afirmará Su presencia mesiánica con la victoria final.

La presencia de Satanás no se manifiesta casi nunca de forma explícita, sino que se solapa de mil formas diversas e imprevisibles. El mal, lo satánico, se reviste constantemente de múltiples camuflajes y juega siempre en la tentación con una apariencia de bien psicológico que hace sucumbir al hombre tentado a su aparente encanto.

En toda tentación está siempre el Diablo a primera vista, y así lo advirtió Jesús a sus discípulos, tanto a nivel personal como a Pedro y a los tres que le acompañaron al huerto del monte de los Olivos, diciéndoles: Orad para no caer en la tentación. Así, en la parábola del sembrador, el Maligno siempre es el que impide que la semilla eche raíces y también que la cizaña es sembrada por éste. Por eso en la petición del Padre Nuestro, se pide “no nos dejes caer en la tentación”. Mas así como la lucha contra el mal de Jesús fue sin cuartel, hay que tener presente que Él mismo, en cuanto hombre, vivió expuesto a los acosos y embestidas del enemigo.

En los Evangelios sinópticos, este enfrentamiento se circunscribe casi exclusivamente entre Jesús y Satanás. Así se revela la misión específica de liberación integral de Jesús, propia de Su presencia encarnada en el mundo. Estos acosos del tentador, si bien abarcan la totalidad de Su vida, aumentan especialmente en los comienzos de su actividad pública y en los momentos culminantes de Su pasión. Lucas nos habla como el prendimiento de Jesús es presentado “como la hora del poder de las tinieblas” en alusión a la intervención diabólica, así como actúa en la acción de Judas cuando dice: “Satanás entró en él”.

(continuará)

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