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La Ruta de Santiago en España (IV)
Publicaciones Orden del Temple - Peregrinaciones. El Camino de Santiago
Escrito por María de Aquitania   
Miércoles, 21 de Julio de 2010 00:00

 

La entrada en Santiago de Compostela por la antigua ruta de peregrinación, puede reconstruirse comenzando por la rúa de San Pedro, la calle Reales para salir a la plaza de Cervantes, luego rúa del Villar hasta la plaza de las Platerías que da acceso a la Catedral por quince escalones, siendo ésta la fachada más antigua, la del lado Sur, que data del siglo XII. Dice el Códice Calixtino, que al llegar a Compostela las puertas de la Basílica están siempre abiertas para dejar paso a pobres y ricos, caballeros y obreros, seglares y religiosos, de los cuales algunos van descalzos y otros cargados con la cadena y grilletes que llevó en un cautiverio y que son depositados allí como ex votos.

El mal olor producido por tantas personas, sucias y sudorosas, era purificado por las fumarolas de incienso que salían de cada balanceo del Botafumeiro, incensario de gigantesco tamaño, que requiere de las manos y maestría de varios hombres para manejarlo, ya que está suspendido del techo por una gruesa maroma.

La ciudad de Santiago de Compostela infunde alegría y esperanza a los que la visitan, cómo al estudiante de todos los tiempos compostelanos, que “por si acaso” da un cabezazo en la testa románica del orante que se halla a espaldas del Pórtico de la Gloria, ese santo dos croques, que no es santo, sino maestro, infundidor de la clarividencia según la leyenda, un tanto supersticiosa nacida de las azarosas horas de las pruebas de los bachilleres de tiempos lejanos.

El Pórtico de la Gloria que figura en la entrada principal de la Catedral, construido desde 1.168 a 1.188, posee esas 135 figuras que desde entonces parecen dar al peregrino una bienvenida llena de realismo. Las puertas de las Platerías, fachada del Obradoiro, Azabachería, Puerta Santa, con estatuas del siglo XIII y la fachada del Tesoro, todas, evocan la presencia secular de una postura ante la vida, como una llamada a lo espiritual sin terrones ni tenebreces, sino de forma ruidosa, como conviene a la casa del “hijo del trueno”, que infunde al alma ese ímpetu sano del la convicción del “buen facer”, como decían los castellanos de la Edad Media y parece invocar un mensaje para la unidad de destino de los pueblos de Europa.

 

(continuará)

 

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