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Miércoles Santo 2010
Publicaciones Orden del Temple - Semana Santa en los Corazones
Escrito por María de Aquitania   
Miércoles, 31 de Marzo de 2010 00:00

 

EL MISTERIO EUCARÍSTICO

Cuando llegó la hora, Jesús se puso a la mesa y los apóstoles con Él. Les dijo: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer, porque os digo que no la comeré más hasta que sea cumplida en el Reino de Dios. Tomando el cáliz, dio gracias y dijo: “Tomadlo y distribuirlo entre vosotros, porque os digo que desde ahora no beberé el fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”. Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y dándose a los discípulos dijo:

“Tomad y comed, éste es mi cuerpo”.

Y tomando el cáliz, dando gracias se los dio diciendo:

 “Bebed de él todos, porque esta es mi sangre de la Aalianza, que será derramada por muchos para la remisión de los pecados”.

 

Sin duda, es el momento más solemne de la vida de Jesús. Cristo cancela la “antigua alianza” o Testamento, e inaugura el Nuevo Testamento o Alianza sellada con Su sangre. Así se confirme el anuncio de Juan el Bautista al presentar a Jesús como el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. El pan y el vino, constituyen el cuerpo y la sangre de Jesús, de tal suerte que quien reciba indignamente el cuerpo y la sangre del Señor, se traga su propia condenación, como reo del cuerpo y la sangre de Cristo.

La fe primitiva cristiana, se basaba en la presencia real de Cristo en el banquete Eucarístico, ya que cuantas más veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga. En la noche del Jueves Santo, día del Amor fraterno, tras la institución de la Eucaristía, Jesús se despide de sus discípulos y les dice: “Hijos míos, ya no estaré con vosotros más que un poco. Me buscaréis, mas lo que dije a los judíos: “Donde Yo voy, vosotros no podéis venir, os lo digo a vosotros ahora”. El Maestro no se va, sin antes modelar las almas e incendiar los corazones de los apóstoles diciéndoles. “Este nuevo mandamiento os doy ¡amaos los unos a los otros, como Yo os he amado, a fin de que vosotros también os améis unos a otros.

 

El amor, en el Antiguo Testamento, se basaba en el mandato de Dios, en la esperanza de la recompensa, en la igualdad de la sangre y la necesidad de convivencia, El amor cristiano en cambio, se basa simplemente, en que Jesús no ha amado y así debemos nosotros amar, es decir, sin medida. Pero ese amor, no puede brotar solamente del hombre, porque el hombre no es capaz de amar así. Un amor de esa naturaleza, sólo puede venir de lo alto, es decir, de Dios. Es un amor que nos ha sido dado. Es Dios entrando en el hombre, amando en el hombre. Es el hombre amando, como el Padre ama al Hijo, como el Hijo ha amado a los hombres. Es simplemente, otro amor, algo que sin Jesús, la humanidad no habría conocido.

 

Por tanto, el cuerpo y la sangre de Cristo, sacrificado en la cruz, quedó perpetuamente entre nosotros, bajo la apariencia de pan y vino, así como el alma y la Divinidad de Jesucristo, presente en la Eucaristía. Jesucristo está realmente presente en este Sacramento y nos da Su cuerpo como verdadera comida y Su sangre como verdadera bebida, en prueba de Su infinito amor y también como testimonio de nuestra salvación y de las promesas contenidas en el Nuevo Testamento. La sangre que Cristo derramó en la cruz, quitó los pecados del mundo y este fue realmente, el testamento que instauró Jesucristo en Su última cena, en presencia de los doce apóstoles, representantes de la futura iglesia.

 

 

 

 

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