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Peregrinaciones en Babilonia II. Historia (III)
Publicaciones Orden del Temple - Peregrinaciones. El Camino de Santiago
Escrito por María de Aquitania   
Domingo, 31 de Enero de 2010 00:00

 

Marduk, era el más antiguo de los dioses, que ya era venerado en la época de Hammurabi, como justiciero, ordenador de gobierno y el que guardaba los tesoros de la nación. Este respeto, era lo que necesitaba el peregrino para liberarse de la angustia y los problemas. Alrededor del templo, había tiendas y albergues para los peregrinos que no encontraban alojamiento en otros lugares. En las tiendas vendían cosas para uso personal y las ofrendas, que se entregaban al templo y los sacerdotes los revendían de nuevo a las tiendas, ya que las ofrendas superaban con creces las necesidades que éstos tenían.

Entre la gran variedad de cosas ofrendadas (joyas, telas, especias, animales, panes, cerveza y vino de palma), una de las más preciadas era la de toros negros sin un solo defecto en cuernos y pezuñas, al cual consideraban el mejor sacrificio para rituales sagrados, ya que su piel era excelente para hacer o reparar el tambor sagrado de bronce. Todos los rituales, eran realizados por sacerdotes Iniciados, dentro de un ambiente que se purificaba sin cesar con la quema de incienso.

La avenida de las procesiones, construida por Sanherib y que luego fue perfeccionada por Nabucodonosor, era una vía de veintitrés metros de ancha, pavimentaba con grandes losas de piedra caliza pulimentadas y conducía hasta la puerta llamada de Ishtar, construida con ladrillos policromados combinados para figurar animales sagrados. A los lados de la vía, había dos grandes murallas que formaban parte de las fortificaciones de Babilonia. Aquí el animal sagrado que sobresalía en colores en los muros, era el toro, símbolo celeste y también el dragón, acompañante de Marduk, dios tutelar de Babilonia.

En la fiesta de año nuevo, Marduk era sacado en andas del templo y llevado en procesión a la puerta sur de la ciudad, donde se hallaba el templo del año nuevo, Bit-Akitu o casa del festival. A la cabeza de la procesión iba el dios Marduk, llevado de la mano por el rey de Babilonia seguido de los sacerdotes, y el pueblo en último lugar. Esta fiesta duraba diez días y la procesión era la culminación de la misma. Había una boda sagrada en la séptima terraza de la torre de Babel, entre el rey y una sacerdotisa como ofrenda a la diosa Ishtar. Esta boda significaba un buen augurio de fertilidad para los campos y procedía de antiquísimos ritos sumerios.

Los peregrinos, lo primero que hacían al llegar, era consultar a un sacerdote exorcista, ante quien confesaba sus angustias y recibía la única defensa posible contra el mundo invisible del mundo oriental, ya que se creía que todas las enfermedades y desgracias del hombre, así como de sus animales y propiedades, venían de los malignos seres invisibles, los espíritus de los muertos, así como de los magos y hechiceras.

Además del templo principal, la diosa Ishtar tenía ciento ochenta altares, ya que al ser la reina de las diosas, era la encargada del amor, la fertilidad y la caza, por ello las mujeres se ponían bajo su protección. Esta diosa, era consideraba la diosa-madre de todas las mitologías asiático-mediterráneas. Todos estos simbolismos que les rodeaban, llenaban las mentes de un mundo imaginativo al que vivían supeditados en gran parte. Así los peregrinos, hacían su viaje con una fe sincera, pero había otros que no tenían muchas convicciones religiosas, pero iban para probar si era cierto que había solución a sus problemas. Así que su ofrenda, tenía más de coacción que de fervor y una fe condicionada a los resultados obtenidos. En caso de no haberlos, quedaba como recurso ir al año siguiente a la ciudad de Ur, que rivalizaba con Babilonia en templos suntuosos de altas torres superpuestas, al estilo de la de Babel.

Aparte del valor religioso del viaje, la ofrenda y lo suntuoso de la fiesta, el peregrino tenía la satisfacción de regresar con un buen amuleto, adquirido en el lugar de origen, los cuales solían ser símbolos sagrados que lo situaban bajo la protección directa de un dios, librándolo supuestamente de los peligros de esos malos espíritus invisibles que asediaban al hombre en Mesopotamia, tanto en su casa como en el campo y hasta en la ciudad.

(continuará)

 

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