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Como el Hombre Piensa (XVI y XVII)
Publicaciones Orden de Sion - Enseñanzas para el Crecimiento Interior
Escrito por María de Aquitania   
Domingo, 10 de Enero de 2010 00:00

XVI. No arrojéis las cosas santas a los puercos.

Suele suceder, que cuando una persona ve los horizontes infinitos de la Verdad y así se liberan de alguna dificultad penosa, se exaltan tanto, que van a todas partes derramando la noticia de su descubrimiento y solicitando que acepten esa verdad. Esa actitud, aunque es comprensible, es muy imprudente, ya que eso sólo sucede cuando uno está preparado para el cambio, pues si no, jamás la aceptará. No confiemos en nuestro juicio de quien está preparado y quien no, dejémonos guiar por el Espíritu Santo.

Sin embargo, otros que creemos poco desarrollados espiritualmente, se muestran muy receptivos.

Si oramos pidiendo sabiduría y oportunidades de servir, las personas adecuadas se presentarán sin que las busquemos o nosotros mismos vamos a ellos. Abstengámonos de hablar de toda la Verdad, mientras no sea prudente, sobre todo, abstengámonos de obligar a las personas con quienes vivimos o trabajamos, pues podemos irritarles, ya que no pueden ver lo que nosotros vemos. También ellos conocen nuestras faltas y flaquezas y si hablamos demasiado de valores espirituales, ellos esperarán al principio unas demostraciones que no podemos hacer y también cuando nuestros actos contradicen nuestras palabras.

Cuando deseemos presentar la Verdad, conviene que nos preparemos mentalmente unos días, pidamos inteligencia y amor para superar la impaciencia y hacer frente al ridículo y falta de afabilidad. Pidamos que Dios nos haga decir la palabra exacta, en el momento oportuno.

XVII. Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.

En este pasaje, Jesús enuncia la Verdad primordial de la paternidad de Dios. Sobre esta piedra angular, se levanta el edificio de la religión verdadera. Ese Dios despótico, cruel, implacable en su vía, ha sido mantenido por muchísimos cristianos ortodoxos, así como muchas iglesias. Aquí Jesús afirma, que la relación que existe entre Dios y el hombre, es la de un Padre con Su Hijo, lleno de Amor, y por tanto, el hombre ha de ser de esencia Divina y susceptible de infinito crecimiento y progreso en el camino hacia la Divinidad.

Ese es nuestro destino. Así dijo Jesús; “Dioses sois y cosas más grandes haréis”, y no se puede quebrantar la Escritura. Por tanto, somos liberados de la cadena que nos ata a un destino limitado, somos Hijos de Dios y por ello coherederos con Jesucristo de Sus bienes y un día ganaremos nuestra herencia. Lo más perjudicial de la vida, es la lentitud del hombre y su desgana para percibir su propio dominio sobre todas las cosas, pero como niños asustados, rehusamos asumirlo, aunque esto es nuestra única salida. ¿Y tiene aquí sentido la resignación tantas veces predicada?. Pues esto no es una virtud, sino un pecado, porque es una mezcla de cobardía y de pereza. No tenemos derecho a aceptar con resignación la desarmonía, la pobreza, la infelicidad. Al contrario, tenemos derecho a la libertad, la armonía y el gozo, porque así glorificamos a Dios. Esa paternidad, resulta por igual para todos los hombres y por tanto al hacer un daño a alguien, lo hacemos a nosotros mismos y ayudarlo es ayudarnos.

 

(continuará)

 

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