Publicaciones Orden de Sion -
Reflexiones Espirituales
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Escrito por Sion de Bouillon
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En el tres, que es el número de la acción, Cristo dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.”
No se trata de llorar por sufrimiento. Los llantos de los que habla Cristo son de otro orden: “Lloro porque no soporto no conocerme. Lloro porque no soporto este intelecto frío. Lloro porque no soporto los desperdicios que llevo en el corazón: Ellos me vienen de mis padres, de mi familia y de la sociedad; me fueron implantados en la infancia. Lloro porque soy prisionero de mis deseos y porque no trabajo con mi cuerpo, este cuerpo atascado que no me deja vivir. Lloro por mi liberación. ¡Estoy harto!”
Tales llantos conducen a una toma de conciencia y quienes la encuentren serán consolados. Para avanzar hace falta una toma de conciencia, hace falta llorar. En el “uno” hay que tener el corazón vacío, prepararse al trabajo y desnudarse. En el “dos” hay que ser manso, adaptarse y prepararse a comprender. En el “tres”, hay que hacer la toma de conciencia.
Si vivimos en una casa desaseada y no tenemos conciencia, estamos encantados porque nos hemos impregnado del olor. Cuando encendemos la luz, descubrimos entonces la suciedad y podredumbre que puebla nuestra casa y vemos que hay que limpiar. Desde luego hay que limpiarla, pero descubrirlo hace llorar.
En el momento en que tomamos conciencia, nos dan ganas de vomitar ante todos los errores que hemos cometido. Nos decimos: “Soy el único responsable. Me he instalado en este sufrimiento porque desde el comienzo me es familiar. Cuando era niño, estaba abandonado. Hoy, adulto, con los seres que me aman, provoco situaciones en las cuales me hago abandonar”. Por tanto, constantemente provocamos situaciones idénticas a las que corresponden a nuestro dolor infantil.
Mientras no realicemos esta toma de conciencia, no avanzaremos. Ahora bien, para tomar conciencia hay que ser capaz de llorar. ¡Llorar, pero no lloriquear de piedad por nosotros mismos! No se trata de esto último.
En este nivel no es cuestión de concesiones. Se habla de cosas fuertes porque si queremos llegar al Cristo, tendremos que escalar la montaña. Cuando Cristo se coloca en la cima de la montaña dice: “Me he colocado en la cima para que a cada una de mis palabras ustedes avancen hacia Mí. Al realizar el sermón sobre la montaña, es cuando están escalándola. Llegarán a ser los apóstoles y después arribarán hasta Mí y Yo seré su corazón. Para comprender bien este sermón, deben avanzar hacia Mí. Tendrán que subir por grados. Es una escalada que no se hace en un chasquido de dedos”.
Tenemos tanta necesidad de significar cualquier cosa, tanta necesidad de ser cualquier cosa. Que podemos preguntarnos ¿Quiénes somos? Y ante la respuesta podemos: ¡Llorar!. Bienaventurados los que se dan cuenta. Bienaventurados los que lloran. Bienaventurados los que toman conciencia de su pequeñez: Porque ellos recibirán consolación.
La persona que toma conciencia de que no tiene significado, descubre su significado. Se dice: “Tengo tanta necesidad de Dios y Dios no tiene ninguna necesidad de mí.... . Pero ¿en verdad no tiene necesidad de mí? ¡Estoy aquí! Si me encuentro en este Universo, ¡es que Él me necesita y que soy esencial!. Soy absolutamente esencial, o de otra forma no estaría aquí, el Universo no me habría producido. A partir del momento en que dejo de ser esencial, se me borra, se me destruye. Soy, pues, una mota de polvo indispensable para el equilibrio universal. Por ello estoy aquí”.
No conozco mi finalidad pero tengo una. No puedo concebir a la Divinidad, y por tanto, Ella existe. Puedo utilizarla sin darle un nombre, pero la Divinidad está en mi interior. No sé para qué sirvo, pero sirvo para algo. Yo era algo antes de nacer, y seré algo después de mi muerte. Es, pues, pleno de buena voluntad y de fe que debo hacer lo que tengo que hacer, sin preguntarme para qué sirvo.
Ahora estoy consolado. Sé que estoy aquí con una finalidad precisa, incluso si no la conozco. Vivimos al servicio de fuerzas que nos sobrepasan. Estamos consolados porque al llorar y al llegar al colmo de la insignificancia, nos damos cuenta de que somos completa y absolutamente significantes.
(continuará)
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