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Reglas Comunales. San Benito IX
Publicaciones Orden del Temple - Reglas Comunales
Escrito por María de Aquitania   

 

Capítulo V


La Obediencia


El primer grado de humildad, es la obediencia sin demora. Esta obediencia es propia de quienes nada estiman más que al Cristo. Por esta razón del santo servicio que han profesado, o por temor del infierno y por la gloria de la vida eterna, tan pronto como el superior ha mandado alguna cosa, como si la mandara Dios, no pueden sufrir ningún retraso en cumplirla. De ellos dice el Señor: “Nada más escucharme, obedeció”; y también dice a los maestros: “Quien os escucha a vosotros, me escucha a Mi”. Por eso, los tales, abandonando al instante sus cosas y renunciando a su propia voluntad, dejando en seguida lo que tenían entre manos, dejando lo que estaban haciendo sin acabar, con el pie siempre a punto de obedecer, siguen con los hechos la voz del que manda, y como en un solo instante, la orden dada por el maestro y la obra ya realizada por el discípulo, ambas cosas tienen lugar al mismo tiempo con la rapidez del temor de Dios.


Es que empuja el anhelo de subir a la vida eterna y por eso toman el camino estrecho del que dice el Señor: “Estrecha es la senda que conduce a la vida”, de manera que no viviendo a su antojo, no obedeciendo a sus propios gustos y deseos, sino que, caminando bajo el juicio y la voluntad de otro, viviendo en los cenobios, desean que los gobierne un Abad. No cabe duda que los tales ponen en práctica la palabra del Señor que dice: “No he venido para hacer Mi voluntad, sino la de Aquel que me ha enviado”.


Pero esta misma obediencia sólo será grata a Dios y dulce para los hombres cuando se ejecute lo mandado sin vacilación, ni tardanza, ni desgana, ni murmurando o protestando. Porque la obediencia que se presta a los superiores se presta a Dios, ya que Él mismo dice: “Quien os escucha a vosotros me escucha a Mi”. Y los discípulos deben prestarla de buen grado porque Dios ama a quien da con alegría. En cambio, si el discípulo obedece de mala gana y murmura no ya con la boca sino sólo en el corazón, aunque cumpla lo mandado, con todo, ya no será agradable a Dios que ve su corazón que murmura y por tal obra, no consigue recompensa alguna, antes bien, incurre en la pena de los murmuradores si no se corrige y hace satisfacción por ello.

© Todos los derechos reservados. Orden del Temple 2009.

 
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