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Los Castillos de la Sierra de Huelva y El Baylato de Jerez de los Caballeros: El Origen del Castillo de Cortegana
Publicaciones Orden del Temple - Cartulario de la Orden del Temple
Escrito por María de Aquitania   
Martes, 21 de Julio de 2009 00:00

 

Hoy comenzamos con un nuevo apartado, que seguro será del interés de todos quienes siguen el contenido de nuestra Web: El Cartulario de la Orden del Temple. Intentaremos ir desarrollando todo lo que hay, tanto en Francia como en España 

Se presenta con un magnífico trabajo de un muy querido hermano y colaborador: Fr. E.C., al que le seguirán otros muchos, esperamos que del mismo interés y altura que este con el que hoy se inicia. ¡Que lo disfruten!.

 

Castillo de Cortegana


 

AUTOR: Fr. E.C.

 

Los Castillos de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche

 

La red de castillos que actualmente adorna la Sierra de Aracena y Picos de Aroche está constituida por nueve fortalezas ubicadas en las localidades onubenses de Almonaster, Aracena, Aroche, Cala, Cortegana, Cumbres Mayores, Encinasola, Santa Olalla y Zufre.


Es sabido que numerosos castillos de los que pueblan la península ibérica y, dentro de ella, Andalucía, se asientan sobre antiguas construcciones erigidas hace miles años por arcaicas culturas con fines defensivos, religiosos o de ambos tipos a la vez. Pues bien, a este esquema responden también buena parte de los amurallamientos citados. No en balde, la primigenia presencia humana que se conoce en la comarca se remonta a la era prehistórica.


Sin ánimo de exhaustividad, valgan como botón de muestra los restos arqueológicos del Neolítico hallados en la zona de Zufre; o los de la cultura megalítica (III milenio a.c.) de la Cueva de la Mora, en la aldea de la Umbría. Sin duda, la riqueza de minerales por todo el área ha sido un factor constante de atracción, propiciando el surgimiento de diversos asentamientos, como el poblado de Castañuelo, muy próximo a la aldea del mismo nombre y a cuatro kilómetros de Aracena, en el que se distinguen dos culturas diferentes: Una perteneciente a la Edad del Bronce (II milenio a.c.); y otra a la Edad del Hierro (mediados del I milenio a.c.). De esa Edad del Bronce existe en toda la serranía amplia representación de yacimientos, destacando tumbas tipo cistas. Y sobre estos pilares civilizatorios, se establecieron después pueblos de origen celta, como se evidencia en el término municipal de Encinasola, donde se encuentran reminiscencias de hasta siete poblados celtíberos.


La posterior romanización fue tardía en estos lares. Y se debió sobre todo a la explotación de los recursos mineros de la zona, así como a la riqueza agropecuaria. De hecho, el origen de Aracena y otras poblaciones se retrotrae a explotaciones mineras, en torno a las cuales se fueron generando pequeños núcleos agropecuarios que sustentaban el establecimiento. Diferentes poblaciones romanas alcanzaron cierta importancia. Ejemplos de ello siguen vivos en Aroche -Conjunto Arqueológico de Turobriga, ciudad fundada en la época de Nerón-, Cumbres Mayores -la población más importante de las tres que surgieron tras el despoblamiento de la ciudad romana de linaje céltico llamada Concordia Julia Netobriga-, en Encinasola -asentamientos romanos de la Peña de San Sixto, el Cerro de las Cortes y el Arco del Triunfo del Palomar- o en Zufre –su nacimiento se halla en la época romana y en el aprovechamiento de la vía romana Esari Pax Iulia que, en el siglo I, enlazaba Hispalis con Emerita Augusta y cruzaba tierras zufreñas-.


Y tras los romanos, los visigodos y, sobre manera, los árabes se afincaron en el territorio que aquí ocupa. Con lo que, sin detallar más antecedentes históricos, se puede sintetizar así la información que se maneja acerca del origen de cada uno de los castillos de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche:


- Almonaster: Fue un fortín romano y una basílica visigoda. Posteriormente, los árabes recrearon el recinto y levantaron en el siglo X la mezquita que aún continúa en pie.


- Aracena: Aunque su linaje casi seguro es más antiguo, su edificación data de la dominación musulmana, con varias fases y remodelaciones entre las que sobresale la acometida en los albores del siglo XIII.


- Aroche: Se han hallado cerámicas prerromanas en sus inmediaciones y, según el historiador Antonio Garfia, su base edificatoria procede de un anfiteatro romano levantado entre los años 97 y 120. No obstante, su vigente estructura es musulmana. Específicamente y a raíz de últimas excavaciones, no es almorávide del siglo IX, como tradicionalmente se ha pensado, sino almohade, de entre los siglos XI-XII.


- Cala: Si bien la villa existía mucho antes –la Restituta Llulia romana-, el fuerte sobre el cerro que domina la población data de la época tardía árabe, finales del siglo XII y comienzos del XIII.


- Cortegana: Como muy bien se detalla en la web de la Asociación Amigos del Castillo (www.castillodecortegana.com), se carece de documentación cierta acerca de su edificación, más allá de las monedas árabes que se han encontrado en el cerro sobre el que se asienta. Con los datos disponibles se puede deducir que no fue asentamiento musulmán, sino que se erigió tras la toma cristiana de la zona y más como estratégica Casa-Fuerte que cual gran amurallamiento.

- Cumbres Mayores: Sin descartar que pudo haber existido un fortín romano, se construyó por impulso de Sancho IV. Concretamente, el monarca dictó un privilegio, dado en Toro el 4 de noviembre de 1293, autorizando al Concejo de Sevilla el levantamiento de castillos para la defensa de su alfoz (conjunto de diferentes pueblos que dependen de otro principal y están sujetos a una misma ordenación). En el documento histórico se hace mención expresa a los de Cumbres Mayores y Santa Olalla, sin que se nombren otras fortalezas de la comarca. Igualmente, contiene la frase "...por que con los otros castiellos e las otras fortalezas que son en esa syerra podría ser guardada toda esa tierra muy bien...", que pone de manifiesto que con estos dos nuevos amurallamientos quedaba definitivamente configurado el plan estratégico diseñado por Sevilla para la defensa del sector noroeste de su reino, sin que se tuvieran previstas otras construcciones posteriores. Lo que, volviendo al Castillo de Cortegana, permite deducir que ya estaba en pie previamente a esta iniciativa real, esto es, con anterioridad a 1293.


- Encinasola: Su edificación, como el de los arrabales, arrabacines y altozano de la población, obedece a la mano musulmana. Sus restos evidencian que se trató de una fortaleza de notables dimensiones, lo que no puede extrañar dada la posición geoestratégica del lugar.


- Santa Olalla: Su construcción ya se ha abordado a propósito del Castillo de Cumbres Mayores y el privilegio dictado por Sancho IV en 1293. Tal documento regio indica claramente que se trata de erigir un nuevo castillo. No obstante, Alfredo J. Morales, en su obra Arquitectura Medieval de la Sierra de Aracena, ha demostrado que la construcción no fue de nueva planta, sino reforma de una edificación musulmana ya existente, procedente del siglo XII o aún antes (se basa para ello en el análisis arquitectónico de la puerta principal, la realización de los muros con argamasa y determinadas intervenciones en las torres rectangulares).


- Zufre: Aún existiendo en la zona numerosos restos arqueológicos romanos y visigodos, fueron los árabes quienes, conscientes de la significación del sitito como vía de acceso desde la Sierra y Portugal hacia Sevilla, alzaron este alcázar, con una gruesa muralla blindada con torreones.


Resumiendo lo expuesto y sin menoscabo de la existencia de asentamientos previos de la época romana, la mayor parte de los castillos de la comarca se deben al quehacer musulmán, fundamentalmente entre los siglos XI y XII, por más que tras la conquista cristiana de la serranía –cuyos rasgos fundamentales se pergeñan en el próximo epígrafe- fueran objeto de remodelaciones y reformas. Las excepciones a esta regla general vienen constituidas por las fortalezas de Cumbres Mayores -hasta que se demuestre lo contrario, su levantamiento se efectuó tras el impulso de Sancho IV en 1293- y Cortegana –por lo ya enunciado, su edificación es posterior a la toma cristiana de la villa (como se verá de inmediato, en torno a 1230) y anterior a 1293-.


La conquista cristiana de la Sierra de Huelva


La toma cristiana del área geográfica que se analiza se ajustó a un modelo singular, con repercusiones directas en los objetivos de estas páginas, caracterizado por su heterogeneidad en tiempos y protagonistas. Esto ocasionó después un conflictivo y prolongado litigio a varias bandas entre los propios conquistadores, lo que terminó generando varias décadas de inestabilidad e inseguridad en la Sierra de Huelva y ralentizó su repoblación.


Así, primeramente, entre 1230 y 1233, las huestes lusas de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén u Orden de San Juan de Acre –hoy Orden de Malta-, comandadas por su prior, Alfonso Peres Farinha, se adentraron por la parte occidental de la comarca y fueron haciendo suyas las distintas plazas que hallaron a su paso (Encinasola, Aroche, Cortegana,..) hasta tomar Aracena. Esta incursión tuvo su razón de ser en una iniciativa fomentada por el rey portugués Sancho II, que arrancó desde Évora y Beja con la intención de descender hacia el sur y hacerse con el valle del Guadiana. Pero cuando los caballeros de San Juan lo cruzaron y tomaron Moura y Serpa en 1230, el soberano permitió a la Orden el establecimiento de sendos conventos-fortalezas y que se aventurara en dirección este, marchando sobre la antigua calzada romana que comunicaba Pax Iulia con Hispalis. De esta manera, los hospitalarios se introdujeron en la zona oriental del reino árabe de Sevilla, su flanco más débil y despoblado, llegando hasta Aracena.


Hubo que esperar tres lustros para que las tropas castellano-leonesas lideradas por Pelay Pérez Correa, maestre de la Orden de Santiago de origen portugués, penetraran por el otro flanco de la sierra onubense, el oriental, tomando las villas allí ubicadas (Cala, Santa Olalla, Zufre,…). En aquellas fechas, Fernando III el Santo estaba centrado en la toma del valle del Guadalquivir y había conquistado Baeza (1227), Úbeda (1233), Córdoba (1236) y Jaén (1245), siendo Sevilla su siguiente y principal objetivo –no lo alcanzaría hasta finales de 1248-. No obstante, delegó en su lugarteniente santiaguista una intervención militar en la zona donde hoy se dan la mano las provincias de Badajoz, Huelva y Sevilla con el doble objetivo de menoscabar a los musulmanes y frenar la expansión lusa. La ofensiva militar se culminó triunfalmente en 1246, cayendo derrotadas las tropas árabes en la batalla de Tentudia –Monesterio (Badajoz)-, lo que permitió a Pelay Pérez Correa asumir el control de esta zona de la Baja Extremadura y la parte oriental de la Sierra onubense, conjunto territorial que quedó bajo el influjo de la Orden de Santiago.


Por tanto, la conquista de la comarca tuvo tres señas de identidad: la apropiación múltiple del espacio –árabes, lusos y castellano-leoneses-; el papel especialmente relevante de las órdenes militares, dada la prioridad de los reyes cristianos por el control de los valles de los ríos Guadiana y Guadalquivir, que delimitan el entorno del territorio afectado; y la confrontación latente entre los propios conquistadores, tanto entre ambas casas regias como entre éstas y las órdenes militares.


El primer conflicto no tardó en producirse. Sancho II murió destronado en 1248 y su hermano Alfonso III, que se había sublevado contra él, le sucedió en la corona y arremetió contra los que se habían mantenido fieles a su antecesor, entre ellos el prior de la Orden del Hospital de San Juan. Así, en 1251, el nuevo monarca luso confiscó a los hospitalarios tanto Aroche como Aracena –además, probablemente, de Serpa y Moura-. Esta circunstancia ha sido interpretada por algunos autores cual reconquista de ambas plazas de manos del Islam, que teóricamente las habría recuperado tras su primera toma cristiana hacia 1230. Pero no fue el caso. La pugna estalló entre cristianos portugueses por motivos sucesorios. Y tuvo como resultado la asunción por la monarquía de las plazas que inicialmente había hecho suyas la Orden hospitalaria.


Pero, en paralelo a estos acontecimientos, subyacía la rivalidad luso/castellana. Y Alfonso III pudo constatar como Fernando III, tras hacerse con la ciudad hispalense, acometía la repoblación del Reino de Sevilla, que había incluido históricamente la parte occidental de la Sierra onubense ocupada por el portugués. Consciente de su inestable posición y preocupado sobre todo por mantener el control del Algarve, Alfonso III aceptó un acuerdo con los castellano-leoneses, que se suscribió siendo ya rey Alfonso X el Sabio, que subió al trono tras la muerte de su padre en 1252. El pacto se ajustó a los usos del derecho feudal y conllevó tres acuerdos principales: El matrimonio de Alfonso III con la infanta Beatriz, hija ilegitima de los amores jóvenes entre Alfonso X y la bella doña Mayor Guillén de Guzmán; la prestación de homenaje por el Algarbe por parte del soberano luso, que, a cambio de esta pleitesía, recibió tal territorio como feudo y dote del casamiento: Y, por fin, el compromiso de que, si del enlace conyugal naciera un niño que alcanzase la edad de siete años, éste heredaría el Algarve en plena propiedad.


Con este telón de fondo, el 6 de diciembre de 1253, Alfonso X otorgó un privilegio al Concejo de Sevilla donde se delimita por el oeste, hasta la línea del Guadiana, el alfoz hispalense, relatando los núcleos poblacionales, desde Zufre a Moura y Serpa, pasando por Aracena y Cortegana. De este modo, se fraguó una limitación precisa entre las casas reales castellano-leonesa y lusa para actuar cada una a un lado del río Guadiana. Circunstancia favorecida por el hecho de que sus márgenes estaban lo suficientemente despobladas como para evitar enfrentamientos.


El pacto referido consolidó la influencia de la Orden de Santiago en el área oriental de la Sierra de Huelva. Y posibilitó, en un primer momento, que la del Hospital recobrara presencia en Aroche y en la banda oriental de aquélla. No obstante, tras tomar Niebla en 1262, Alfonso X se mostró decidido a controlar el territorio del conjunto del alfoz de Sevilla y evitar la existencia de un corredor serrano en manos no ya portuguesas, sino de una orden militar, con acceso directo hacia la capital andaluza. Por ello, devolvió Moura y Serpa a la Orden del Hospital, pero no Aroche, que, como Aracena y todo su entorno, quedó bajo total dominio regio.


Con los antecedentes anteriores, se entienden bien los acuerdos de Badajoz de 1267, firmados de nuevo entre Alfonso III y Alfonso X. Por ellos, el Guadiana se afianzó como frontera geográfica entre ambos reinos: El monarca portugués renunció a cualquier derecho entre los ríos Guadiana y Guadalquivir y, habiendo nacido un hijo varón de su matrimonio con Beatriz, recibió el Algarve libre de cualquier vasallaje. A lo que hay que sumar que, en 1271, la Orden del Hospital, a cambio de otras plazas en León, cedió a la Corona castellano-leonesa sus derechos sobre Moura y Serpa (ambas pasarían a manos lusas en 1295, como dote en el casamiento entre Fernando IV, hijo de Sancho IV y María de Molina, y la infanta portuguesa Constanza).

Quedó así definido, por fin, el control castellano-leonés sobre el conjunto de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Lo que allá por el año en el que falleció Alfonso X -1284-, probablemente ya se plasmaba fehacientemente en la organización de la defensa del territorio a través de una doble línea de fortalezas, con el Castillo de las Guardas (Sevilla) como punto de apoyo: Por un lado, los amurallamientos de Aroche, Cortegana y Aracena, para proteger la antigua calzada romana que unía Beja y Sevilla; por otro, los de Encinasola, Torres, Fregenal y Cala, para hacer lo propio en el siguiente camino al norte, procedente de Portugal. Y para cerrar aún más este complejo defensivo, Sancho IV adoptó en 1293 la decisión ya comentada de construir los castillos de Cumbres y Santa Olalla. Éste, junto al de Zufre, sirvió también de límite con la jurisdicción de la Orden de Santiago en el sureste de Badajoz, organizada en torno a Calera de León y el Monasterio de Tentudia, donde reposan los restos mortales de su Maestre Pelay Pérez Correa.


Con todo ello y más allá de tratados y pactos, tantos lustros de belicosidad y enfrentamientos entre los propios cristianos dificultaron la repoblación de la comarca, donde tuvo que cundir en ciertos periodos un sentimiento de desasosiego y abandono institucional. Y provocaron un hecho aciago que es determinante para comprender epígrafes posteriores de este texto: la extensión del saqueo y el latrocinio por la Sierra de Huelva, con impactos, para colmo, en áreas limítrofes -como el Bayliato de Jerez de los Caballeros, en el que se centra el siguiente apartado-. Pillaje y depredación protagonizado por partidas de bandoleros conformadas, en buena parte, por gente que había participado en la toma cristiana y que, concluida ésta, se buscaba la vida aprovechando los conflictos entre los conquistadores para campar a sus anchas por la serranía, especialmente por sus zonas menos protegidas al carecer –como le sucedió a Cortegana durante varias décadas tras la conquista- de castillos con destacamentos reales o del Concejo hispalense.

 

(continuará)

 

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