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Simbología del Templo Cristiano (VII)
Publicaciones Orden del Temple - Simbología

Altar Románico

 

El altar y Cristo


Cuando franqueamos el umbral de una Catedral o alguna iglesia antigua, quedamos como fascinados y embargados por esa sobria embriaguez de la que hablan los místicos cirstencienses. El Templo actúa como un hechizo porque sentimos palpitar en él un alma armoniosa que viene a nuestro encuentro y sublima nuestro propio ritmo. Esta magia obedece a la existencia de un centro del que irradian unas líneas que engendran formas, superficies y volúmenes hasta un límite sabiamente calculado que los detiene, refleja y los devuelve al punto de donde emergen, y esta corriente doble constituye la respiración sutil de ese organismo de piedra. Este centro que todo lo irradia es el altar, el objeto más sagrado del Templo, la razón de su existencia y su esencia misma, ya que se puede celebrar la liturgia fuera de la iglesia, pero es imposible hacerlo sin un altar de piedra.


Introito ad altare Dei (subiré al altar de Dios). Este versículo salmista del principio de la misa, nos sitúa al comienzo de la sagrada función ante este objeto prestigioso del culto. El altar es la mesa, la piedra del sacrificio que es el único medio para la humanidad caída de tomar contacto con Dios. Por el altar viene Dios a nosotros y nosotros vamos a Él. Es el objeto más sagrado del Templo, puesto que se le saluda, se le besa y se le inciensa. El altar cristiano, es el sucesor del hebraico, habiendo una relación sorprendente entre el de Moisés y el nuestro. Moisés construye un altar al pie del Sinaí, sacrifica y hace dos partes con la sangre: Una es ofrecida al Señor en el altar que lo representa y la otra al pueblo, que es aspergido por ella. De este modo, se sella el pacto entre el Señor y Su pueblo, es la Primera Alianza.

En el Templo de Jerusalén había varios altares. Entre los atrios y el Santo, se alzaba el altar de los holocaustos, donde cada día se celebraba el sacrificio del cordero. En el Santo, con el candelabro de 7 brazos (Menorah), estaban instalados el altar de los perfumes y la mesa de los panes de la proposición (ofrenda) en número de doce que eran cambiados cada sábado. En el Santo de los Santos no había altar, sino una piedra particularmente sagrada, la Shethiyah, sobre la que descansaba el Arca. En el Templo cristiano que reemplaza al anterior, el altar mayor es la síntesis de esos distintos altares. Es el altar de los holocaustos y mesa de los panes de la proposición (el pan Eucarístico) y es el altar de los perfumes en el que se quema el incienso cuando se consagra, sobre las cinco cruces del centro y esquinas de la piedra.

También el altar mayor cumple la función de la piedra Shethiyah, en el sentido que sostiene el Tabernáculo (la tienda) que es el conjunto formado por el Santo y el Santo de los Santos. El Tabernáculo recuerda al Arca, que contenía las Tablas de la Ley, la Vara de Aarón y una medida del maná. Allí, entre los Querubines, se manifestaba la Shekinab (Gloria o Presencia Divina). En algunas iglesias, se ven “glorias”, un triángulo radiante que lleva el Nombre Divino de YHVH en su centro, una materialización simbólica de la Shekinab, y las cortinillas delante del altar recuerdan la tienda del desierto y el velo que ocultaba el Santo de los Santos.


Hay que partir de la unción por Jacob de la piedra de Betel (Casa de Dios), sobre la que vertió óleo haciendo un altar para conmemorar su visión. La importancia que se da a la piedra de Jacob en el cristianismo y judaísmo, tampoco es extraña a la tradición islámica. Esta afirma que fue transportada al Templo de Jerusalén y aún puede verse en la mezquita de Omar, la cual es venerada bajo el nombre de As-Sakhrah (la roca). La atraviesa un agujero circular que da acceso a una cisterna que los musulmanes llaman bir al-arwah (el pozo de las almas) pues según ellos, las almas de los creyentes se reúnen en ella dos veces por semana para rezar a Dios, ya que ésta es la roca donde el ángel del Señor se apareció a David y él la eligió para instalar sobre ella el altar delante de la tierra de la Alianza.


Si la piedra de Jacob se ve rodeada de una veneración tal, es porque encierra un gran misterio, que consiste en que ella está situada en el centro del mundo, no geográfico sino simbólico, basado en el simbolismo geométrico, que siendo el centro el punto mas precioso que engendra toda figura, en sentido espiritual significa que todo objeto o lugar sagrado que permita entrar en contacto con el Centro espiritual, es decir, Dios mismo, que es centro, origen y fin de toda la esfera de la Creación. Así por el rito de la consagración, el altar cristiano como el de Jacob, pasa a ser el centro del mundo y se sitúa en el eje tierra-cielo, lo que le hace idóneo para venir a ser el lugar que el Hijo de Dios eligió para ofrecerse en él por nosotros y establece la comunicación con Dios, vuelve a abrir la puerta de los cielos y hace del Templo una casa de Dios. Conviene precisar el sentido exacto de las piedras de fundación y piedra angular: Las primeras son las piedras cúbicas que se colocan en las cuatro esquinas del edificio; generalmente la primera piedra es la esquina del norte. La fundamental o Shethiyab, es la que está en el centro de la base del edificio.


Por último la piedra angular o de remate es la que en el extremo opuesto de la Shethiyah, sobre el mismo eje vertical, constituye la clave del arco que es la que suelda dos muros o dos sostenes de arco y tiene una forma especial y única, tanto que ella no puede encontrar su lugar en el transcurso de la construcción, de forma que los constructores la rechazaban y solo conocen su destino los constructores que han pasado de la escuadra al compás, es decir, del cuadrado al círculo, luego de la tierra al cielo: Los espirituales. El emplazamiento de la Shethiyah corresponde al altar. En las iglesias circulares esto es rigurosamente exacto, pero ocurre lo mismo en las de planta basical o cruciforme, ya que donde está el altar es el centro real del edificio. El Ara, cuadrada, representa la Tierra y la cúpula redonda es el símbolo del cielo.

El ciborio o baldaquín repite todo el símbolo. Este es un cubo (las cuatro columnas rematadas por una esfera), es decir, el esquema mismo del santuario, el Templo y el Universo. La Shethiyah se denominan a la piedra caída del cielo, expresión que se aplica al Mesías (piedra descendida de la montaña o pan bajado del cielo) piedra también llamada Lapis Exilis, pues está como en exilio en la Tierra; pero en las tradiciones místicas de la arquitectura ha de subir al cielo y esa de hecho es la piedra angular, la clave dentro del arco. Así, representa al Verbo eterno que reside en el cielo mientras que la Shethiyah representa a Cristo, el Verbo bajado a la Tierra. El pilar axial que une las dos piedras Crísticas, es la Via Salutis, vía de la salvación que va a dar al cielo. La clave del arco, es la puerta del cielo y ésta el eje del mundo, la vía, es decir, el propio Cristo que dijo “Yo Soy la vía”.

A primera vista, puede parecer sorprendente que Cristo sea representado por una piedra, pero no olvidemos que ésta ha sido un símbolo de la Divinidad en todos los países y tiempos. En la Grecia antigua, se veneraban a los dioses en piedras brutas que más tarde se tallaron para convertirse en estatuas. En Delfos, su famosa piedra blanca, omphalos de la Tierra, señalaba el centro religioso de los pueblos helénicos. En Asía, la piedra negra de Persinonte que representa a Cibeles fue llevada a Roma desde Frigia; la piedra negra encajada en la Cava de La Meca, es herencia de los antiguos cultos árabes pre islámicos. En resumen, cuando para consagrar el Ara el Pontífice derrama aceite sobre ella, perpetúa el rito de Jacob, entre otros. Se hacían unciones con aceite en Grecia a las piedras de las encrucijadas de los caminos, que solían representar a Hermes y en Benarés (India), el ídolo de piedra negra de Krisma recibe diariamente ésta unción, lo cual es un signo de vivificación, pues significa el Espíritu penetrando en la materia.

 

 

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