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Misterios Y Luz (III)
Publicaciones Orden del Temple - Espiritualidad
Escrito por Yo Soy   
Viernes, 21 de Diciembre de 2012 00:00

Creer en Dios y vivir en Dios, no son dos formas de acercamiento a lo Divino. Creer en Dios y vivir en Dios, o la unidad de la fe: Concepto y praxis, mente y vida. Lo más íntimo de la intimidad y en lo más visible y externo de la existencia, pues el conocimiento de Dios se hace vida en el creyente.

 

Conocer a Dios, es acogerle como es y como se ha manifestado en Su Palabra. Es recibirle y adorarle, comunicarse con Él y ofrecerle incondicionalmente todo cuanto el hombre de mejor pueda tener. Dios no es fruto de unos deseos insatisfechos de seguridad racional. Tampoco de la aspiración por contar con Alguien que supera todas las limitaciones humanas. Dios es anterior a los deseos y a las aspiraciones de los hombres. Dios está aquí y yo no lo sabía. Es una realidad que nos trasciende por completo y a la que estamos invitados a reconocer en un acto de adoración.

 

El secreto de la experiencia de Dios, es el hacer de la presencia del Señor la propia casa, estar y vivir en ella. Gozar de la cercanía de Dios, oír Su Palabra, sentir la acción del Espíritu. Todo se ha de ordenar y sentir de tal manera que favorezca el glorioso encuentro. Acercarse a Dios es pasión de vida que conduce a la santidad, a tener el alma iluminada por el Espíritu.

 

Con nombres y formas tan diversas como a veces extrañas, la felicidad ha sido siempre ese secreto y tesoro del que los hombres querían adueñarse. La felicidad se pregona y se desea. Es como el resultado y la síntesis de la posesión de los mejores bienes. Es dicha, sosiego, bienestar, paz.... No es extraño pues, que el hombre busque y desee ese encuentro con la felicidad.

 

Para el creyente, felicidad y Dios son algo tan unido e inseparable, que no puede pensarse en el auténtico gozo alejado de Dios, y acerarse a Él, es estar en el camino de la verdadera felicidad. Buscar sinceramente el rostro de Dios y tratar de iluminar con esa Luz, de la cual solo Dios puede ser el manantial, toda la existencia humana. Porque la vida descansa en la fe, tiene su seguriad y firmeza en Dios. Habrá que buscar pues, no tanto las razones de la vida y de las cosas, sino el Conocimiento y el amor de Dios, y desde tan admirable Sabiduría, contemplar cualquier realidad en la que se muevan los hombres.

 

Razón y sentimientos, rebeldía interior y agresiones externas, fascinación por la Verdad y desencanto ante las puertas del misterio, pueden llevar a la claudicación en el deseo de conocer sinceramente a Dios. Es que acercarse a Dios, es COMPROMETERSE CON ÉL, con Su Palabra, con Su Voluntad. Quien ha visto a Dios, tiene que dar testimonio de Dios. Práctica y creencia son inseparables, y no todos los que dicen querer encontrarse con Dios, están dispuestos a aceptar ese compromiso.

 

(Continuará)

 

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