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Misterios Y Luz (II)
Publicaciones Orden del Temple - Espiritualidad
Escrito por Yo Soy   
Miércoles, 19 de Diciembre de 2012 00:00

Dios no es algo, es el Todo, el Absoluto. Cuantas imágenes y descripciones se puedan hacer de Dios, siempre se quedan en la aproximación y en la analogía. Él siempre está más allá de cuanto se ve y pueda tocar. Como es la Santidad más sublime y perfecta, Dios se mantiene siempre activo, amando todas las cosas.

 

Si es el primero entre los mandatos Divinios, nada de extraño tiene que todo cuanto se relaciona con Dios, haya tenido una importancia capital en el interés de la humanidad. Buscar a Dios, conocer Su rostro, caminar en Su presencia, ha constituido no solo una preocupaciñon de los hombres por saber del misterio de Dios, sino de conocer para amar, de acercarse para honrarlo en un culto sincero, de meterse en Su voluntad, hacer que la vida descanse en Él.

 

Dios es como el fuego que alienta y purifica, símbolo del poder Divino, que es luz, y llama que enciende la lámpara de la fe. Un incendio que abrasa en amores tan grandes, que lleva a los hombres a dejarlo todo y meterse en las más arriesgadas pruebas con tal de acercarse a Él.

 

Buscar a Dios, no es un ejercicio de simple razonamiento, tampoco de un momento pasajero de sentimentalismo. Dios apasiona, seduce, quema del tal manera, que la búsqueda se hace apasionada, no de atolondramiento, sino con la profundidad del noble deseo y ardor de la caridad.

 

Tu rostreo buscaré, Señor, exclama el hombre desde los tiempos primeros. Después de tantos siglos, hoy se viven momentos profundos, que tratan de vislumbrar en el corazón de los hombres de hoy, un nuevo descubrimiento de Dios en Su realidad trascendente de Espíritu infinito, cómo lo presenta Jesús a la samaritana, la necesidad de adorarlo en Espíritu y en Verdad .

 

Este es el secreto y el deseo: Contemplar el rostro de Dios resplandeciente, como el del Cristo en el monte de la Transfiguración. Así es el deseo y la aspiración del buen creyente: Ver el rostro de Dios. Por eso, en el momento  de la desolación grita con amargura: "¿Por qué el rostro ocultas y me tienes por enemigo tuyo?".

 

Las ansias nunca se sacian. El corazon siempre está inquieto y desasosegado, pues solo Dios puede colmar los grandes deseos, según las expresiones de San Agustín, Santa Teresa o San Juan de la Cruz. Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte, porque no puedo ir a ti y encontrarte si Tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré.

 

(Continuará)

 

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