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Las Siete Palabras (IV)
Publicaciones Orden del Temple - Espiritualidad
Escrito por María de Aquitania   
Jueves, 06 de Septiembre de 2012 00:00

Autora: Hna. L.G.+

La Cuarta Palabra

¡Dios Mío!, ¡ Dios Mío!. ¿Por qué te has olvidado de Mí ?.

Esta cuarta palabra simboliza los sufrimientos del hombre abandonado por Dios.

Cuando nuestro Santísimo Señor dijo Su cuarta palabra desde la Cruz, la oscuridad cubrió la Tierra.

Es una observación corriente que la naturaleza es indiferente a nuestras penas. Una nación puede morir de hambre, pero el Sol sale burlándose de los campos. El hermano se levanta contra el hermano, o en una guerra que ensangrienta los campos de amapolas, pero un pájaro al que no alcanza ni el fuego, ni los proyectiles canta su canción de paz. Los corazones pueden rasgarse por la pérdida de un amigo pero un arco Iris se levanta alegremente a través de los cielos y hace un terrible contraste entre su sonrisa y la congoja sobre la cual brilla.

¡Y el Sol se negó a brillar en la crucifixión!. La luz que regula el día, probablemente por primera y última vez en la historia, fue apagada como una vela, cuando según todos los cálculos humanos, debería haber seguido brillando.

La razón es que la muerte del Señor de la Naturaleza, no podía pasar sin una protesta de la misma naturaleza ante el crimen culminante del hombre.

Si el Alma de Dios estaba en la oscuridad, también tenía que estar el Sol que había hecho.

¡En verdad todo era oscuridad!. Él había dejado a Su Madre y a Su amado discípulo Juan; y ahora al parecer Dios lo abandonaba a Él.

“Elí, Elí, lamma Sabacthani?” ¡Dios mío! ¡Dios mío!. ¿Por qué te has olvidado de Mí ?.

Es un grito en el misterioso lenguaje hebreo para expresar el tremendo misterio de un Dios abandonado por Dios.

El Hijo llama a Su Padre, Dios. ¡Qué contraste  con una oración que Él enseñó una vez!: “ Padre nuestro  que estás en los Cielos”. De una manera extraña y misteriosa Su naturaleza humana parece separada de Su Padre Celestial y al mismo tiempo no separada, porque de lo contrario, ¿cómo podría gritar? ¡Dios mío! ¡Dios mío!-

Pero de la misma manera que la luz y el calor del Sol pueden sernos retirados por nubes interpuestas , aunque el Sol siga en el firmamento, así hubo una especie de retirada, la faz de Su Padre en el terrible momento en que Él tomó sobre Sí, los pecados del mundo.

Esta pena y esta desolación Él las sufrió por cada uno de nosotros para que pudiéramos saber que cosa tan terrible es para la naturaleza humana estar sin Dios, estar privados de un remedio y de un  consuelo Divinos.

Fue el supremo acto de expiación para tres clases de personas: Aquellos que abandonan a Dios, aquellos que dudan de la presencia de Dios y aquellos que son indiferentes a Dios.

Expió primero por todos los ateos, por aquellos que en aquel oscuro medio día, medio creyeron en Dios, como aún ahora en la noche medio creen en Él. Espió también por aquellos que conocen a Dios, pero viven como si nunca hubieran oído su nombre. Por aquellos cuyos corazones son como bordes del camino en los cuáles el amor de Dios cae sólo para ser hallado por el mundo, por aquellos duros corazones que son como piedras en las cuales la semilla de Dios cae solo para ser rápidamente olvidada, para aquellos cuyos corazones son como abrazos en los cuales el amor de Dios desciende solo para ser ahogado por las inquietudes del mundo. Fue expiación por todos aquellos que habían tenído fe y la habían perdido, por todos aquellos que fueron santos y ahora son pecadores.

Fue el Divino acto de Redención por todo abandono de Dios,  porque en aquel momento en el cual Él era olvidado, Él obtenía para nosotros la gracia de no ser nunca olvidados por Dios.

Fue también la expiación por aquellos que llevan la presencia de Dios, por aquellos que no sienten a Dios junto a ellos, por los que confundan el ser buenos con el sentirse buenos. Por los escépticos que no desean según ellos ser dominados por Dios.

Por todos los que dudan y siempre están preguntando: “¿Por qué existe el mal?”. “¿ Por qué no contesta Dios a mis ruegos?”. “¿Por qué se llevó Dios a mi madre?”. “¿Por qué?”. “¿Por qué?”, y la reparación a todas estas preguntas fue hecha cuando Dios dirigió un “¿Por qué?” a Dios.

Finalmente fue una expiación por toda la indiferencia del mundo que viene como si nunca hubiera habido una cuna en Belén y una Cruz en el Calvario; fue expiación por todos aquellos que juegan a los dados, mientras se representa el drama de la Redención. Por todos aquellos que se sienten dioses más allá de los deberes del culto y de la religión, pero obligados por ninguno.

Se puede muy bien creer que la corona de espinas y que los clavos de hierro fueron terribles para las carnes de nuestro Señor y Salvador que nuestra moderna indiferencia, que ni escarnece al Corazón de Cristo ni le reza.

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