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A Mi Maestro Y Mi Maestra |
Publicaciones Orden del Temple - Temas sobre el Temple y el Medioevo | |||
Escrito por María de Aquitania | |||
Domingo, 29 de Enero de 2012 00:00 | |||
Autor: M. C.R.+
Cuentan las Tradiciones Iniciáticas que el ser humano está compuesto de dos partes: Una que pertenece al Cielo y lo añora, y otra que pertenece a la Tierra y hacia ella se va inclinando. Esta dualidad, conocida de todas las Tradiciones Filosóficas y religiosas marcan el destino dharmico del hombre: Fundamentalmente elegir entre el Placer y el Deber, el Bien o el Mal, la Tierra o el Cielo, su Yo Superior o su Yo Inferior.
En la Orden del Temple se encuentran aquellos que ya han elegido, aunque el sentido de su Dharma sea estar varias encarnaciones más siendo probados en el Sendero. Al final del ciclo, curiosamente, no se encuentra el descanso, sino el combate en la Milicia Celestial, los Caballeros y Amazonas Blancas Templarios no esperan una recompensa plácida y nirvánica dharmayanica, sino un Paraíso esforzado y sin descanso, eso sí eternamente alegre.
Puede parecer duro para quien ve en esta vida un valle de lágrimas aspirar a una Eternidad combativa, pero para un Templario su felicidad reside en el Servicio y de alguna manera entiende que la propia divinización pasa por la continua vigilancia, la continua construcción y la continua mejora. La Eternidad es un movimiento constante hacia la Perfección que iniciamos en la Tierra.
En este punto, la labor del Gran Maestre y la Gran Madre adquieren una dimensión cósmica que vincula al Caballero o la Amazona kármicamente con esas dos figuras, ya que la elevación de la conciencia suele ser dificil en situaciones de ataque frontal a algún vehículo del septenario.
Consciente de que el Adversario ataca (es su misión kármica en los vehículos inferiores para ocasionar la bajada de la conciencia, si nos damos un golpe en un pie automáticamente la conciencia nos baja a través del dolor, a lo físico), la Autoridad Espiritual pide confianza al Iniciado para hacer de soporte kármico del ataque, una suerte de escudo que repele a través del consejo espiritual y que amortigua el dolor del golpe impidiendo así la bajada total de la conciencia. Esta confianza muchas veces no es fácil y en algunas ocasiones es dolorosa.
(Continuará)
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