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"Porque Tú estás Conmigo"
Publicaciones Orden de Sion - Reflexiones Espirituales
Escrito por Sion de Bouillon   

 

“Porque Tú estás conmigo”. La verdadera razón de que yo me sienta seguro, de que no tenga miedo, de que me atreva a pasar el valle de la oscuridad y de la muerte es que “Tú estás conmigo”. Los prados frescos, el agua abundante, la protección frente a los enemigos...todo es bueno, pero saber que Tú caminas a mi lado es lo más importante. “Si te tengo a Ti, ya no necesito nada de la tierra” (Salmo 73,25). “Si el Señor está conmigo, no tengo miedo. ¿Qué podrá hacerme el hombre? (Salmo 118,6).

 

“Tu vara y Tu cayado me dan seguridad”. Palestina es una tierra cálida. Los viajes con el ganado se hacen temprano, antes de que caliente el sol, o al atardecer, cuando se oculta. Las ovejas no tienen miedo de extraviarse en la oscuridad, porque se siguen unas a otras y, a lo largo del camino, oyen el sonido de la vara del pastor que camina con ellos. El cayado, arma con la que defender a las ovejas de las alimañas, es al mismo tiempo el signo tierno de la presencia del pastor junto al rebaño, que toca con su punta los lomos de la que se desvía para reconducirla al redil y, con el ruido que hace al apoyarlo en el suelo, guía su caminar. Con el sonido del bastón de Dios en nuestras vidas, no tenemos miedo ni de la muerte. La imagen hace también referencia al bastón de mando, al cetro de Dios, con el que gobierna todas las cosas para el bien de Su pueblo.

 

“Me preparas un banquete frente a mis enemigos”. Si reconstruimos una escena en la que un hombre huye de sus enemigos por el desierto. Casi imposible de salvarse. Improvisadamente, encuentra un beduino que lo acoge en su tienda. La ley de la hospitalidad era sagrada para los semitas. Cuando alguien es acogido, invitado a comer, se convierte en intocable. Los enemigos no se pueden acercar a él. “El Señor hace justicia al huérfano, a la viuda y ama al emigrante suministrándole pan y vestido. Amad vosotros también al emigrante, ya que emigrantes fuisteis....” (Deuteronomio 10, 18-19).

 

Abrahán recibió la promesa definitiva cuando acogió en su casa a unos peregrinos que resultaron ser enviados de Dios (Génesis 18). “No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles” (Hebreos 13,2). Lot prefiere entregar a sus dos hijas antes que a unos desconocidos acogidos en su casa (Génesis 19).

 

“Perfumas con ungüento mi cabeza”. El ungir a un huésped era la mayor manifestación de veneración que se podía tener con él. El aceite enriquecido de esencias perfumadas da frescor, suaviza la piel. Es éste un gesto de extremo afecto y consideración para el que llega cansado por el calor del desierto y las penalidades de la huida. “¡Qué hermoso es que los hermanos vivan unidos!. Es como ungüento perfumado derramado en la cabeza” (Salmo 133, 1-2). Una mujer de Betania tendrá este gesto con Jesús y Él lo agradecerá a pesar de la incomprensión de los discípulos, llegando a afirmar que esta mujer sería recordada en todos los lugares donde se predique el Evangelio (Mateo 26, 6ss).

 

“Y mi copa rebosa”. La copa que rebosa es, igualmente, signo de la generosidad con que el huésped es acogido. No recibe sólo lo necesario. Hay algo de superfluo, de añadido, de generosidad total, en los actos de Dios. Recordemos, por ejemplo, la narración de la Creación. Dios no hace sólo lo necesario, sino que, además, entrega al hombre ríos con agua abundante, con oro fino, con piedras preciosas y perfumes (Génesis 2, 10ss). Lo mismo sucede cuando los israelitas salen de Egipto. Dios no sólo les da la libertad. Les enriquece también con los bienes y el oro de los egipcios (Éxodo 12, 36).

 

“Tu amor y Tu bondad me acompañan”. Ésta es la imagen más extraña para los occidentales. Es como si el beduino que me ha acogido en su tienda y me ha defendido de mis enemigos, me pusiera ahora dos guardaespaldas que me acompañen de regreso a mi casa. Aquí, los dos acompañantes son una personificación del Amor y la Bondad de Dios, última referencia del salmo. Aunque a nosotros pueda resultarnos rara la personificación de cualidades divinas, en la Biblia es bastante común: “La Salvación está cerca de los que le honran y la Justicia habitará en nuestra tierra. El Amor y la Fidelidad se encuentran, la Justicia y la Paz se besan... .La Justicia marchará delante de él y la Rectitud seguirá sus pasos” (Salmo 85, 10ss).

 

“Todos los días de mi vida”. No hablamos de un acompañamiento pasajero, sino de la certeza de una protección continua.

 

Las dos partes del Salmo comienzan con una situación de descanso y terminan con los protagonistas en actitud de caminar. Las dos partes del Salmo parecen insinuar que nuestra vida es un continuo andar de la mano del Señor. Cuando lo necesitamos, Él nos ofrece momentos de descanso para restaurar nuestras fuerzas. Cuando nos hemos recuperado, hay que volver a caminar.

 

“Y habitaré en la casa del Señor por años sin término”. Después de hablar de descansos pasajeros y de caminos largos, se evoca el reposo definitivo en la casa del Señor, la entrada en el “Sabat” último y eterno, en la Nueva Jerusalén, tal como canta el Apocalipsis: “Ésta es la Morada de Dios con los hombres. Habitará entre ellos....Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor”.

 

El desierto es el contexto común a las dos imágenes (el pastor y el beduino). El que ora este Salmo sabe que nada le falta, aún encontrándose en el desierto. Allí, el creyente redescubre las raíces de toda la historia de Israel: Abraham y los demás Patriarcas fueron pastores trashumantes por el desierto. Moisés se preparó en el desierto para su misión y volvió al desierto para acompañar al pueblo a la libertad. Allí se manifestó el poder de Dios, que “hirió a los primogénitos de Egipto, sacó a Su pueblo como a un rebaño y los condujo por el desierto. Los llevó con seguridad hasta la tierra sagrada” (Salmo 78, 51ss). Por lo tanto, después que el Señor liberó a Su pueblo de la esclavitud de Egipto, lo guió por el desierto, como un pastor conduce a su rebaño. Les ofreció agua que manaba de la roca y alimento abundante (maná y codornices), los defendió de las serpientes que los mordían y de los enemigos que los atacaban, los introdujo en la Tierra Prometida y los acogió como Señor del territorio, ofreciéndoles descanso en Su casa.

 

El desierto significa también, para el pueblo, el lugar de la tentación, la prueba, la murmuración, el pecado, la idolatría y la conversión. El lugar donde se descubre que Dios perdona siempre y continúa a dar vida, alimento, salud, victoria. Que da con generosidad porque perdona con magnanimidad.

 

El lugar donde se puede hacer la verdadera experiencia del encuentro personal con Dios: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón....Ella me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto...Y te desposaré conmigo en fidelidad” (Oseas 2, 16).

 

El significado último del Salmo sólo lo podemos entender a la luz del Nuevo Testamento: Jesús es la persona que confía en Dios y camina por Sus sendas, aún en medio de las dificultades, hasta entregarse en la cruz. Por eso, el Padre se apiada de Él y le devuelve a la vida, sentándole a Su mesa, introduciéndole en Su Casa. Al mismo tiempo, Jesús es “el gran Pastor de las ovejas” (Hebreos 13,20), “el Supremo Pastor” (1 Pedro 5, 4). “Nosotros éramos como ovejas descarriadas, pero ahora hemos vuelto a nuestro Pastor y Guardián” (1 Pedro 2, 25). Él es el Pontífice de la Nueva Alianza, el Camino que nos lleva al Padre, la Puerta de acceso a la Casa de Dios. Él prepara para nosotros el banquete de Su Cuerpo y de Su Sangre, verdadero alimento de inmortalidad. Su amor es tan grande, que llega a dar la vida por Sus ovejas. Con Él podemos atravesar sin miedo el valle de la muerte, porque Él es la Resurrección y la Vida, Luz que brilla en las tinieblas, Roca que se abre en el desierto para calmar la sed, Maná que nos alimenta, verdadero Pastor y Rey, que “nos apacienta y nos conduce a fuentes de aguas vivas” (Apocalipsis 7, 17) y que nos permite habitar en Su casa “por años sin término”. El cristiano que ora con este Salmo, está llamado a hacer este camino espiritual, verdadera síntesis del Antiguo y del Nuevo Testamento.
 
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