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Los Tres Consejos
Publicaciones Orden de Sion - Reflexiones Espirituales
Escrito por María de Aquitania   
Martes, 27 de Marzo de 2012 00:00

Autora: Hna. L.G.+

Luis regresaba a su casa después de haber laborado todo el día, de pronto un individuo, con evidentes signos de embriaguez, lo insultó y atacó con un filudo puñal; al tratar de evitar ser herido, Luis lo empujó y el ebrio cayó al piso con tan mala suerte que el puñal se le clavo en el pecho muriendo en el acto.

Fue arrestado y como no hubo testigos se le condenó a quince años de prisión, siendo llevado a otra ciudad.

Durante el tiempo que permaneció en prisión y siendo de bien, naturalmente se ganó el respeto y cariño de los demás presos y del personal que custodiaba el lugar.

Cuando llegó el día de su liberación, llevaba consigo 15 000 dólares, producto de los excelentes trabajos que había hecho en madera durante sus años de reclusión.

Como entró en la cárcel salió de ella, sin albergar en su corazón odio ni deseos de venganza, solo un tibio sentimiento que jamás se había apagado: el amor a su esposa.

Caminando llego a un pueblito, y como no conocía a nadie decidió continuar; en eso escuchó a un hombre lamentarse, y al enterarse de que había perdido todo en un incendio, incluido su negocio de venta de telas, le pregunto cuánto necesitaba para empezar de nuevo, éste le contestó que con 5 000 dólares era suficiente; Luis sacando el dinero se lo dio y en agradecimiento el hombre le dijo: - Te doy un consejo que algún día te servirá "nunca preguntes lo que no te importa"...

Siguió caminando y de pronto escuchó el llanto de una mujer que con un niño en brazos pedía que la ayudaran para hacer operar a su madre, de lo contrario, ésta moriría pronto. Se acercó y le preguntó cuanto necesitaba para la operación, la mujer le dijo que con 5 000 dólares alcanzaría, Luis tomó la cantidad y se la entregó. La mujer en agradecimiento le dijo: - Sólo puedo darte un buen consejo que algún día te servirá, "Jamás entres a un lugar de mala reputación"...

Cuando ya estaba pronto  a dejar aquel pueblo, vio a una agraciada jovencita que, sentada en un banquito de la plazuela, suspiraba con tristeza, y al preguntarle su pena, contestó que estaba enamorada pero no podía casarse porque carecía de la dote. Enternecido, Luis sacó los últimos 5 000 dólares y entregándoselos le dijo que era su regalo de bodas y deseándole toda la felicidad del mundo se dispuso a continuar; la chica feliz, le beso las manos y le dijo: - Sólo puedo agradecerte dándote un buen consejo, "Cuando sientas ira, espera hasta el día siguiente"...

Se despidieron y Luis salió de aquel pueblo con una sonrisa y con los bolsillos vacíos. Cuando pasaba por una huerta bien cuidada, observó con asombro que un anciano colgaba monedas de oro en las ramas de un árbol y cuando quiso preguntar se acordó del primer consejo..."nunca preguntes lo que no te importa", e iba a pasar de largo, cuando el anciano lo llamó y le dijo: - Hace muchos años que hago esto y la gente que pasa siempre me pregunta lo mismo, así que prometí que al primero que pasara y no me hiciera preguntas, le regalaría las monedas; tú eres el afortunado y te las entrego, son mil monedas de oro, son tuyas, llévatelas y que Dios te acompañe.

Luis, feliz, agradeció el regalo y continuo su camino, al poco tiempo se encontró con cuatro hombres ricamente vestidos que en sendos camellos transportaban gran cantidad de finas telas y tapices, así como valiosos objetos de finos metales y piedras preciosas; le dijeron que eran mercaderes, que llevaban todo lodo lo que poseían para venderlo en las grandes ciudades, pero como estaba anocheciendo, preferían esperar el nuevo día para continuar. Lo invitaron a acompañarlos y entrando en un pueblo y habiéndose servido una buena cena, decidieron ir a un lugar a divertirse.

Luis les rogó no entrar en el lugar que ellos habían escogido y como no pudo persuadirlos, les dijo que el cuidaría de su mercadería. Pasaron las horas y así al amanecer fue a buscarlos, al llegar encontró sus cadáveres en la calle y muy asustado regreso a su escondite, recordó el consejo que la buena mujer le dio..."jamás entres en un lugar de mala reputación".

Se alegró de no haber ido con los mercaderes y tomando a los cuatro camellos con sus cargas, salió de aquel lugar rogando que nadie lo viera, y cayó en la cuenta que él era el dueño de toda la mercadería, puesto que los mercaderes le habían contado que no tenían familia.

Poco tiempo después llegó a su pueblo y cuando estaba cerca de su casa, vio que se abría la puerta y por ella salía un joven quine beso a la mujer en la mejillas y se fue caminando. Luis sintió una punzada de celos en su corazón y rabia contra su esposa que no había sabido esperarlo, pero recordó el tercer consejo..."Cuando sientas ira, espera hasta el día siguiente".

Se fue a un hotel y al siguiente día se encaminó a su casa; al salir su esposa a abrir la puerta, dio un grito de alegría y se echó en sus brazos llorando; un jovencito salió corriendo al escuchar las voces, lo cual causó sorpresa en Luis puesto que era el mismo joven que vio el día anterior. Su esposa le contó que aquel era su hijo, y que el día que lo tomaron prisionero, ella pensaba decirle que estaba embarazada pero ya no hubo ocasión. Luis llorando los abrazó y desde aquel entonces vivieron siempre juntos, disfrutando de las riquezas que había recibido de manos de Dios por haber sido compasivo y misericordioso con sus hermanos en necesidad.

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